11 de enero de 2022 -- Martes de la 1ª semana par
Homilía
En la primera lectura, Ana, la madre de Samuel, nos da un bello ejemplo de oración ferviente en tiempos de angustia. Ana tenía un buen marido pero era estéril, mientras que la otra esposa de su marido tenía hijos y se burlaba de ella. Era especialmente doloroso cuando iban al templo del Señor.
En una de esas ocasiones, Ana se paró frente al Señor en el templo y oró con muchas lágrimas en la amargura de su alma. Incluso hizo un voto al Señor sobre el hijo que le pedía. Al sacerdote Elí, que pensó que estaba borracha, ella le respondió "No, mi señor (no estoy borracha). Soy una mujer con grandes problemas; estaba derramando mi alma ante el Señor". Qué hermosa expresión: "Derramar el alma ante el Señor".
Todos tenemos nuestros momentos de prueba, de tristeza y dolor, quizá de amargura y desánimo. No deberíamos dudar en hacer lo mismo que Ana: derramar nuestra alma ante el Señor (como quien derrama agua). El Señor escuchará nuestra oración.
En el Evangelio tenemos un ejemplo algo diferente de la misericordia de Dios. Jesús entra en una sinagoga, donde había un hombre poseído por un espíritu impuro. Ese hombre ni siquiera se encuentra en un estado en el que pueda rezar. Por el contrario, el demonio habla por su boca para discutir con Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret?" -- Jesús responde: "¡Cállate! Sal de él". Y el hombre es liberado de ese espíritu impuro.
Así pues, mantengamos nuestro corazón y nuestra vida abiertos a cualquier intervención de Dios, y podemos estar seguros de que Él intervendrá para liberarnos de nuestra esclavitud y mostrarnos su misericordia, incluso cuando, por una u otra razón, ya no podamos rezar.