21 de enero de 2022 -- Viernes de la 2ª semana par

1 Samuel 24, 3-21; Mc 3,13-19

Homilía

En la primera lectura de hoy tenemos el final de la historia del rey Saúl, del Primer Libro de Samuel.  Mañana, comenzaremos la historia del rey David, con el Segundo libro de Samuel.  Hay algo patético en ambos.  Ninguno de los dos quería ser rey.  Ambos fueron elegidos por Dios para dirigir a su pueblo.  Ambos cometieron errores y ambos manifestaron humildad.  De hecho, los pecados de David fueron mucho mayores que los de Saúl, pero había en él una magnanimidad, una compasión, que le hizo ser querido por Dios.

Personalmente, siento una gran simpatía por Saúl.  Fue el primer rey de Israel.  No tenía ninguna preparación para ese cargo. No tenía ningún modelo que seguir, salvo quizá el de los reyes de otras naciones.  Parece que fue excluido por Samuel (o por Dios, a través de Samuel) por muy poco motivo.  Por otra parte, no tenía el gran corazón de David.  Era celoso.  En cuanto el joven David empezó a tener cierta popularidad, Saúl empezó a tener celos y quiso matarlo.

En la lectura de hoy tenemos una hermosa manifestación de la magnanimidad, o grandeza de alma, de David.  Durante varios días, Saúl había perseguido a David con miles de hombres, queriendo matarlo.  De repente, por pura casualidad, David se encuentra en una situación en la que tiene en sus manos a Saúl, que está solo y en una posición muy vulnerable.  Podría matarlo fácilmente, y sus propios hombres le incitan a hacerlo, interpretando que es Dios quien pone a Saúl en sus manos.  David sigue considerando a Saúl como el rey de Israel, y lo respeta como su rey, aunque Saúl quiera matarlo.

El final de la narración, con el diálogo entre David, que sostiene en sus manos el trozo de tela del manto de Saúl, y el propio Saúl, es muy conmovedor.  Revela muy bien los aspectos más positivos de ambos personajes.  David no se jacta: diciendo, por ejemplo: "Mira qué generoso soy".  Simplemente dice: "¿Por qué quieres matarme?". "¿Por qué escuchas a los que te meten en la cabeza la idea de que estoy en contra de ti?... la prueba de que no quiero hacerte daño es que podría haberte matado fácilmente y no lo hice".  Vemos aquí la gran humildad de David.  Puede ser magnánimo porque es humilde.  Esa humildad le salvará siempre, incluso cuando cometa grandes crímenes, por ejemplo cuando mande matar a Urías para quedarse con su mujer, con la que ha cometido adulterio.

Pero Saúl también es, a su manera, un hombre humilde.  No tenía la grandeza de corazón ni el aliento de vista de David.  Por ejemplo, en lugar de utilizar su energía y su tiempo para dirigir a Israel, perseguía a David, al que consideraba un rival.  Pero cuando se enfrenta a la bondad de David, tiene la humildad de reconocerla y decir Eres mejor hombre que yo.  Incluso reza para que Dios recompense a David por su bondad.  Y luego tiene también la humildad y la sabiduría de confesar: "Ahora sé que realmente reinarás y que la soberanía en Israel estará segura en tus manos".

Tenemos, pues, en esa lectura hermosos ejemplos de humildad, tanto por parte de David como de Saúl; y en David tenemos el ejemplo de esa grandeza de corazón que lo puso por encima de cualquier sentimiento de venganza o de represalia, una grandeza de corazón que lo hizo muy querido por Dios.  Pidamos a Dios la misma gracia de humildad y magnanimidad para cada uno de nosotros.