25 de enero - Fiesta de la Conversión de S. Pablo

Is 49, 1-6; Mc 16, 15-18

Homilía

Hoy es el último día de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, ya que celebramos la fiesta de la Conversión de san Pablo.

En la primera lectura de la misa, el profeta Isaías recuerda su vocación: El Señor me llamó desde mi nacimiento.  Desde el vientre de mi madre, me dio mi nombre.  Aunque no hayamos recibido una misión profética similar a la de Isaías, podemos decir lo mismo.  Nosotros también hemos sido llamados por el Señor desde nuestro nacimiento, y el Señor nos ha dado a cada uno un nombre particular.

Hemos sido llamados a la fe y al bautismo. También hemos sido llamados a la vida monástica en una comunidad específica.  Esto es lo que hemos agradecido al Señor, siguiendo la invitación del Papa Francisco de mirar a nuestro pasado religioso con gratitud. Sin embargo, ciertamente hay cosas en ese pasado que debemos someter a la misericordia de Dios. Por tanto, eso es una parte de lo que cada uno de nosotros tiene que hacer: examinar nuestra fidelidad a nuestra llamada. Tenemos que hacerlo como individuos y como comunidad.

El Evangelio que acabamos de leer es la narración de la última charla misionera de Jesús a sus once apóstoles, antes de su Ascensión, al final del Evangelio de Marcos.  Por supuesto, no podíamos esperar un Evangelio en el que se mencionara a san Pablo, ya que su conversión tuvo lugar después de la Resurrección del Señor.  Podríamos haber esperado una primera lectura elegida de los Hechos de los Apóstoles, que narrara la conversión de Pablo.  Tenemos, en cambio, el texto de Isaías que acabo de comentar.  Todo esto está lleno de significado.  Lo que celebramos es, en primer lugar, la misericordia de Dios hacia Pablo -como hacia Isaías- y sólo en segundo lugar su respuesta a esa llamada de misericordia.

Así que, mientras examinamos juntos nuestro presente y el de nuestra comunidad, estemos atentos a la obra de Dios en nosotros.  Y mientras abrazamos nuestro futuro -para usar la expresión del Papa Francisco- pongamos toda nuestra esperanza en la amorosa misericordia de Dios más que en nuestros propios planes y capacidades.

Si el Señor no construye la casa... en vano trabaja el obrero.