30 de enero de 2022 - 4º domingo "C
Jer 1:4...19; 1 Cor 12:31-13:13; Lc 4:21-30
Homilía
Este Evangelio es la continuación del del domingo pasado. En la sinagoga de Nazaret, Jesús había leído el texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a traer la Buena Noticia...", pero omitiendo la mención de la venganza divina que el Mesías iba a ejercer contra los paganos y todos los enemigos de Israel según esta profecía. Concluyó: "Hoy se cumple esta palabra de la Escritura", declarando ser el Mesías, pero un Mesías diferente al que esperaba el pueblo.
Para entender el resto del texto tenemos que resolver un problema de traducción. La traducción al francés ha entendido: "Tous lui rendaient témoignage". Sin embargo, la expresión utilizada por Lucas es ambivalente y puede traducirse fácilmente como : "Todos se declaraban en contra" (según se entiende en la excelente traducción al español de Juan Alonso Schökel y Juan Mateos). Esta traducción me parece más coherente con lo que sigue. Si todos están "extrañados de eque mencionase sólo las palabras sobre la gracia" es precisamente porque no esperaban un mensaje de gracia sino un mensaje de venganza. El Mesías que esperaban debía recuperar el poder en Jerusalén, expulsar a todos los ocupantes de la tierra de Israel y exterminar a los gentiles. Cuando las gentes de Nazaret dicen: "¿No es éste el hijo de José?", no expresan su sorpresa por el hecho de que uno de los suyos hable tan bien, sino su asombro por el hecho de que uno de los suyos no esté esperando al Mesías que todos esperaban.
Si "todos en la sinagoga tienen los ojos fijos en él", es porque no pueden creer lo que oyen cuando se atreve a truncar una profecía de Isaías. Pero Jesús lo acentúa con los dos ejemplos de las Escrituras en los que "el mensaje de la gracia" se lleva a los gentiles: la viuda de Sarepta y Naamán el sirio. Esto es demasiado, y a partir de ese momento, al principio de su vida pública, Jesús es condenado a muerte y conducido fuera de la ciudad para ser ejecutado por su propio pueblo, como lo será unos años más tarde en el monte Gólgota, a las afueras de Jerusalén. Pero esta vez no ha llegado su hora, y simplemente se aleja.
De forma extremadamente vívida, Lucas, al comienzo del ministerio de Jesús, ya anticipa el final. Jesús será condenado a muerte no por sus acciones, sino por sus palabras. Todas sus parábolas transmitirán una imagen del Padre celestial muy diferente a la que transmite la religión tradicional de Israel. Anunciará la salvación ofrecida a todas las naciones, independientemente de su raza y religión. Se presentará como el Mesías, pero un Mesías muy diferente al esperado. Todo su mensaje fue rechazado no sólo por los fariseos, los saduceos y los sacerdotes, sino también por todo el pueblo, a excepción de unos pocos discípulos.
Jesús advirtió a sus discípulos que tuvieran cuidado con los falsos profetas que decían venir en su nombre. Los falsos profetas son aquellos que, para justificar sus acciones, afirman tener una "misión mesiánica". Este tipo de "mesianismo" suele ser devastador, ya sea en la Iglesia o en la vida civil. El verdadero profeta es el servidor de la Palabra, de la Palabra de Dios, que recibe continuamente y aplica a los acontecimientos. Es la Palabra la que juzga y no él. Cuando se le da muerte es porque la Palabra que transmite es demasiado perturbadora. El verdadero mártir es aquel que fue sometido a la muerte para silenciar la Palabra que lo animaba y que anunciaba.
Y, sobre todo, el lenguaje del verdadero profeta nunca es un lenguaje de exclusivismo y rechazo, sino un lenguaje de apertura universal, como el de Jeremías, que fue hecho "profeta para todos los pueblos". Es un lenguaje de amor, tan admirablemente descrito por Pablo en su carta a los Corintios y que es, como las palabras de Jesús, un "mensaje de gracia". Sin amor todo lo demás, incluso los carismas más maravillosos o sorprendentes, no es nada. Todo lo demás pasará, el amor permanecerá.
Este es el mensaje que la Palabra nos dirige en el Evangelio de hoy, a través de las palabras del Profeta enviado a los paganos que somos.
Armand Veilleux