10 de febrero de 2022 - Jueves de la 5ª semana ordinaria
1Re 11:4-13; Mc 7:24-30
HOMILÍA
Este Evangelio revela mucho sobre la persona de Jesús y sobre la oración. Además, nuestra actitud ante la oración suele revelar bastante bien la imagen que tenemos de Dios y de Cristo.
Si nuestro dios es el dios de los filósofos, un dios inmutable que nunca cambia, no hay realmente ninguna razón para rezarle. Si nuestro Cristo es un Cristo que, desde el momento de su nacimiento, ya posee la visión beatífica completa y no puede crecer en el conocimiento y la conciencia de su misión, un Evangelio como el de hoy nos muestra a un Cristo desconcertante, que utiliza palabras muy duras hacia una pobre mujer pagana.
Pero si aceptamos lo que el Evangelio nos dice de muchas maneras, que Jesús a lo largo de su vida creció en edad, en gracia, en sabiduría y también en la percepción de su misión, entonces este Evangelio adquiere un significado que es muy hermoso. Significa que el encuentro de Jesús con otra persona que le enfrenta a sus deseos le ayuda a descubrir su propia misión. Significa que nosotros mismos, pobres seres humanos, podemos hacer que Dios, por así decirlo, "cambie de opinión".
Hasta este momento de su vida, Jesús sólo había predicado a los Judíos, y la recepción de su mensaje era cada vez más difícil, como hemos visto estos días. Por ello, decidió abandonar el territorio judío y dirigirse a la región de Tiro. Cuando la mujer sirofenicia le pide que cure a su hija, él se niega porque sólo ha sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Utiliza la imagen de una familia en la que el pan se sirve a los hijos y no a los perritos que corren alrededor de la mesa. En esta imagen hay una apertura que la mujer aprovecha hábilmente. Ella pone el pie en la puerta y responde con astucia que los perros pueden alimentarse de las migajas que caen de la mesa y que, por tanto, pertenecen a la familia de alguna manera. Ante tal fe, Jesús comprende que esta mujer, como todos los que tienen una fe similar, también pertenece a la casa de Dios y que, por tanto, él también es enviado a ellos. Y cura a su hija.
Todas las grandes figuras espirituales de la Biblia son personas llenas de deseos, que no temen expresar estos deseos a Dios, e incluso con fuerza. Su oración es la de los amantes que aman lo suficiente como para desear, sin tratar de manipular a la persona amada, pero esperando que los deseos de esa persona coincidan con los suyos. Este es un camino de crecimiento espiritual, pues ofrece la posibilidad de un encuentro con Dios, aunque este encuentro pueda tomar la forma de una confrontación.
Es como un niño que, al expresar sus deseos, se enfrenta a la realidad del mundo que le rodea y tiene así la posibilidad de crecer en esta confrontación entre sus deseos y los del resto del mundo. Un niño que no expresa sus deseos puede ser aparentemente muy sabio, pero no crece.
La mujer del Evangelio de hoy corrió un gran riesgo al expresar su deseo: el riesgo de recibir una respuesta negativa. En esta confrontación, su relación con Jesús cambió. Y lo maravilloso es que en cualquier relación profunda ambas personas cambian. También en esta relación, Jesús dio y recibió.
Por eso, no dudemos en presentarnos ante Dios con nuestros deseos y necesidades, con la certeza de que en ese encuentro con Dios puede que nuestros deseos no se cumplan exactamente como queremos, pero que nuestra relación con Dios cambiará. Y esa es la finalidad última de la oración.