3 de marzo de 2022 -- Jueves después del Miércoles de Ceniza
Dt 30:15-20; Lc 9:22-25
Homilía
El Misterio Pascual es una realidad compleja, que incluye indisolublemente el memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Su muerte no tendría sentido si no fuera un acto de obediencia y amor hacia el Padre; y la resurrección sólo tiene sentido en relación con esta muerte, ya que es la respuesta del Padre a la obediencia amorosa de su Hijo. Por eso, los textos litúrgicos nos sitúan inmediatamente en presencia de este díptico, haciéndonos oír, desde el segundo día de Cuaresma, las palabras de Jesús: "Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas... sea muerto y al tercer día resucite".
Lo que experimentó el Maestro debe experimentarlo también todo aquel que haya aceptado la llamada a ser su discípulo: "El que quiera seguirme (es decir, el que quiera ser mi discípulo) debe tomar su cruz cada día y seguirme. El tiempo de los verbos (en subjuntivo) y el "es necesario" (en la primera parte de la frase) indican claramente la urgencia y la necesidad de la decisión. Jesús lo deja claro: "El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la salvará.
"Perder la vida" por Cristo puede significar muchas cosas. Para algunos, como nuestros siete hermanos de Tibhirine y muchos otros religiosos y religiosas de Argelia, y tantos otros mártires -conocidos y desconocidos- a lo largo de la historia, ha supuesto aceptar una muerte violenta. No todos tenemos este terrible privilegio. Pero todos estamos llamados a hacer -de forma constante, implícita y en algunas circunstancias explícita- la elección radical entre dos caminos: el que lleva a la vida y el que lleva a la pérdida.
Esta elección ya se presentó al pueblo de Israel al comienzo de su Éxodo, un Éxodo de cuarenta años en el desierto, que reviviremos simbólicamente durante nuestros cuarenta días de Cuaresma. La elección que propone Dios no puede ser más clara: "Te ofrezco hoy la vida y la felicidad, la muerte y la miseria... Elige, pues, la vida... amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y aferrándote a él".
El misterio -que es el misterio de la libertad humana- es que somos capaces de elegir la infelicidad sobre la felicidad y la muerte sobre la vida. Y esto es lo que hacemos cada vez que pecamos. Afortunadamente, el camino hacia la pérdida no es una calle de sentido único. Sólo tenemos que volvernos, volver nuestro rostro al de Dios, dejar que la belleza nos fascine de nuevo, y estaremos de nuevo en el camino hacia él, en el camino de vuelta a la conversión.
Este es el camino al que nos llama San Benito, porque afirma al principio de su Regla que la escribió para aquellos que, habiéndose alejado de Dios por el camino de la desobediencia, quieren volver a Él por el camino de la obediencia. Este es el camino que deseamos seguir con renovado fervor durante este tiempo de Cuaresma.
Armand Veilleux