11 de marzo de 2022 - viernes de la primera semana de Cuaresma

Ez 18, 21-28; Mt 5, 20-26

Homilía

A veces, si leemos el Evangelio superficialmente, tenemos la impresión de que Jesús no es muy lógico ni coherente en su enseñanza. Hay textos en el Evangelio en los que predica contra el legalismo de los fariseos, diciendo que el sábado ha sido hecho para los seres humanos y no los seres humanos para el sábado, etc.  Pero otras veces Jesús nos dice cosas como las que acabamos de escuchar: que si nuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraremos en el Reino de los Cielos.  La explicación de esa discrepancia es, ciertamente, que Jesús funciona según un tipo de sabiduría y de lógica diferente a la nuestra.

 Y la explicación es también que para Jesús la Ley dada por Dios no es una restricción de la libertad humana, sino por el contrario un don de amor, una indicación que Dios nos da sobre cómo llegar a nuestro destino final.  La voluntad de Dios es nuestra salvación, y es en ese sentido que rezamos en el Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad".

El Evangelio de hoy es la primera parte de una enseñanza más larga de Jesús en la que repite cuatro o cinco veces «Se os ha dicho... Yo os digo"... Pide un cambio radical: no un cambio de la ley en sí, sino un cambio de nuestra relación con la ley, un cambio que requiere una conversión del corazón más que una conversión de la ley.  No está promulgando un nuevo legalismo más exigente que el de los fariseos; está sustituyendo las exigencias del legalismo por unas exigencias de amor mucho más rigurosas.

De los diversos preceptos de la ley mencionados por Jesús, tomemos sólo uno o dos ejemplos. En primer lugar, tomemos el precepto de no matar. Probablemente no hay precepto más pisoteado hoy en día que éste.  La mayoría de las páginas de nuestros diarios parecen estar escritas con sangre humana. Por supuesto, están los crímenes de los que llamamos con hipocresía los "delincuentes comunes".  Pero también matamos, en nombre del Estado, en nombre de los ideales políticos, en nombre de la raza y la religión, o a menudo para defender intereses económicos e imperios.  La mayoría de las guerras son orquestadas por otros que los que las libran y mueren en ellas. Pero Jesús no se limita a recordarnos el precepto de no matar, sino que nos invita al pleno respeto de la vida, que requiere amor, perdón, reconciliación, compasión.  Hay muchas formas de matar que no sea con un arma: la indiferencia mata, la injuria y la calumnia matan, la envidia mata, y sobre todo el egoísmo mata.  Jesús pide un respeto total, coherente y radical por la vida.

El otro es el precepto de no cometer adulterio. Jesús nos pide que vayamos mucho más allá, exigiendo que evitemos cualquier comportamiento que trate a otro ser humano como un objeto.  Así como hay cientos de formas de matar, hay cientos de formas de transformar a otra persona en un objeto: puede ser el objeto de nuestros deseos lujuriosos, pero también puede ser el objeto de nuestros miedos, de nuestra discriminación, de nuestra manipulación, de nuestro sentido de superioridad.  Jesús pide un respeto total y radical a la dignidad de toda persona humana.

Y sobre todo, sea cual sea la forma en que hayamos ofendido a nuestro hermano o hermana, nos pide que vayamos a reconciliarnos antes de acercarnos al altar para ofrecer nuestros dones.  Pidamos la gracia de poder dar y aceptar el perdón.