12 de marzo de 2022 - Sábado de la 1ª semana de Cuaresma

Dt 26, 16-19; Mt 5, 43-48

Homilía

Ya en el Antiguo Testamento, como podemos ver en nuestra lectura del libro del Deuteronomio, la obediencia a Dios no era simplemente la observancia temerosa de un conjunto de normas.  Por supuesto, había muchos "mandatos y estatutos", pero había que observarlos con el corazón y el alma.  Esa observancia era parte de una relación con Dios.  Era un acuerdo entre Dios y el pueblo, una alianza: Yahvé sería su Dios, y ellos serían su pueblo.  En cuanto al pueblo, debía caminar por los caminos de Dios. 

Más tarde, a través de los Profetas, el pueblo fue aprendiendo algo de los caminos de Dios.  Pero la revelación completa la hizo Jesús, a través de su enseñanza y de su vida y muerte. 

Los caminos de Dios son caminos de amor, de amor indiscriminado.  Por eso, si queremos vivir como sus hijos, debemos tener un corazón que no distinga entre extranjero y prójimo, entre paisano y extranjero, entre amigo y enemigo.  Deberíamos ser una hermana o un hermano para todos y todos deberían ser considerados como un hermano o una hermana para nosotros.

Si se observaran estas sencillas recomendaciones del Señor, muchos conflictos internacionales podrían resolverse fácilmente.  También se resolverían o no existirían muchos problemas comunitarios.

Se trata, por supuesto, de algo que hemos escuchado muchas veces, pero que adquiere un significado particular en este tiempo de Cuaresma, cuando nos preparamos para celebrar el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de nuestro Señor. Especialmente en estos días en que el valiente pueblo ucraniano es víctima de una agresión asesina por parte de un pueblo hermano.

Las lecturas de hoy nos recuerdan que el amor tiene un precio.