4 de mayo de 2022 -- Miércoles de la 3ª semana de Pascua
Homilía
En esta breve sección del gran discurso sobre el Pan de Vida, Jesús afirma dos cosas: La primera es que Él mismo es el pan de vida, y que quien viene a Él por la fe -quien cree en Él- ya no tendrá hambre ni sed. Jesús satisface todas nuestras hambres y sedes, tanto espirituales como físicas.
La segunda es que vino del cielo para hacer la voluntad de su Padre; y que la voluntad de su Padre es que no pierda a ninguno de los que le ha dado. Nuestra fe en él es una garantía de resurrección en el último día y de vida eterna.
La primera lectura nos muestra cómo Dios utiliza las pruebas de su Iglesia para extender la predicación del Evangelio. La primera predicación se limitó obviamente a Jerusalén. Los Apóstoles aún no habían comprendido la llamada a predicar a todas las naciones. Tras la muerte de Esteban y la primera persecución, todos los que habían recibido el mensaje de los Apóstoles se dispersaron por Judea y Samaria. Felipe, uno de los diáconos nombrados por los Apóstoles (¡para servir las mesas!) comenzó a predicar en una ciudad de Samaria y su palabra fue acompañada por las mismas señales y prodigios que acompañaron la predicación de Jesús. Expulsó a los demonios, curó a los paralíticos y a los cojos.
Al igual que la Iglesia primitiva, ¿no hemos experimentado a menudo, tanto en nuestra vida personal como en la de nuestras comunidades, que los momentos de sufrimiento son también momentos de gracia y crecimiento, y que aprendemos más a través del sufrimiento que a través de cualquier estudio? ¿No fue a través del sufrimiento que Cristo aprendió la obediencia, esa forma suprema de amor?
Por último, este breve texto de los Hechos de los Apóstoles nos presenta de nuevo a Saulo de Tarso, todavía un feroz perseguidor de los cristianos en nombre de la Ley de Israel, y que pronto será quien encarne más que ningún otro en su vida la extensión de la Iglesia a las Naciones.
Armand Veilleux