15 de mayo de 2022 - quinto domingo de Pascua "C

Hch 14, 21-27 / Ap 21, 1-5 / Jn 13, 31-35

 

Homilía

Con  toda justeza han sido designadas estas últimas  palabras de Jesús a sus discípulos en la Última Cena el “Testamento espiritual” de Jesús. En este testamento no da, en efecto, Jesús a sus discípulos una última serie de recomendaciones o de preceptos referentes a lo que han de hacer o dejar de hacer. Cuando dice:”Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros”, la expresión griega (entolé) que, a falta de mejor expresión,  solemos traducir por ”mandamiento”, tiene en el lenguaje de Juan un sentido doctrinal más bien que moral o legal.  En este contexto se trata de una “misión” más bien que de un mandamiento. La expresión “misión” implica que alguien ha sidi enviado por algún otro para llevar a cabo algo. (Por desgracia, esta expresión  tan rica de significado, lleva camino en nuestros días de perder toda su riqueza, llegando a ser utilizada no pocas veces para expresar la finalidad que se propone un grupo a si mismo). Amarnos unos a otros constituye la misión que hemos recibido de Jesús. Por ella podrán conocer las gentes que somos sus discípulos. Y por ella seremos asimismo sus testigos.

 Jesús ha dicho asimismo: “Si me amáis, escucharéis mi palabra…cumpliréis mi mandamiento, mi padre os amará, vendremos y estableceremos en vosotros nuestra morada” El corazón que ama, o mejor aún la comunidad que ama, reemplaza en adelante al templo de Jerusalén que era, en la Antigua Alianza, la morada de Dios. Y hallamos este mensaje expresado una vez más de la manera más clara en la gran pieza final del Libro del Apocalipsis. La nueva Jerusalén no tiene ya Templo en ella. El Cordero es su templo. Y su  lugar  en que reside es la comunidad que ama.

 Al contrario del Pueblo de la Antigua Alianza, que estaba cerrado sobre si mismo, la comunidad cristiana es, por naturaleza y misión, una realidad abierta y universal. En la primera Lectura, tomada del Libro de los Hechos, hemos podido ver la conclusión de la narración del primer Viaje misionero de Pablo a Licaonia, Pisidia y Panfilia, y la descripción de su vuelta a Antioquía. A l largo de esta última parte de su viaje, el Apóstol hablo había tenido como preocupación fundamental la consolidación de las comunidades recientemente formadas, el confortarlas contra las persecuciones y darles una dirección y una jerarquía apropiadas.

 En cada comunidad fue Pablo estableciendo un grupo de Ancianos, lo que estaba totalmente de acuerdo con la tradición judía. En efecto, todas las comunidades judías de la diáspora contaban con un grupo así. Si embargo, Pablo y Bernabé introducen un cambio de suma importancia. No es la ya la comunidad la que nombra a sus  Ancianos: éstos son nombrados por el Apóstol que las ha fundado. El pretender ver en todo esto un comienzo de autoritarismo en la Iglesia, equivaldría a interpretar erróneamente la situación y a trasladar a un pasado lejano actitudes y preocupaciones propias de nuestros días. Para Pablo se trata en todo esto de una dimensión esencial de la misión, la colegialidad que subraya la relación entre las comunidades locales y la Iglesia universal. Para Pablo constituye todo esto una manera de otorgar una perspectiva universal a cada comunidad local, por la interdependencia entre todas las Iglesias. Los gestos judíos de la diáspora se hallaban totalmente aislados unos de otros. El ‘sistema’ cristiano será algo totalmente diferente.

 Al paso que las comunidades judías esperaban en la interioridad y el aislamiento el reestablecimiento de la gran Asamblea del pueblo, las Iglesias cristianas se consideraban ya desde un principio cual si fueran ellas ya la gran Asamblea. Por dicha razón estaban siempre dispuestas a aceptar la dirección de un Apóstol, que llevaba sobre asimismo la responsabilidad de las demás Iglesias. Lo cual nos recuerda que, aun cuando sea legítimo e incluso necesario para cada Iglesia local y para cada Comunidad local el desarrollar su propia identidad y su propio rostro, es asimismo importante e incluso esencial, el aceptar toda la belleza y las consecuencias de la pertenencia a una Comunidad más extensa y de tomar parte en la gran sinfonía de la Iglesia, más bien que el pretender dar un recital privado con un único instrumento.

 Ahí tenemos uno de los aspectos de la misión que nos ha dado Jesús de amarnos los unos a los otros.

Armand  VEILLEUX