29 de mayo de 2022 - 7º domingo de Pascua

Hechos 7:55-60; Ap 22:12...20; Jn 17:20-26

HOMILÍA

          La comunicación es esencial para el ser humano, de la que la dimensión social es un elemento constitutivo. Hoy en día, la comunicación no sólo conserva toda la importancia que siempre ha tenido en la vida humana, sino que también ha sido tomada por quienes ejercen o quieren ejercer el poder.  No hace muchos años, el poder en la sociedad estaba en manos de quienes controlaban el dinero o el "capital".  Hoy está en manos de quienes controlan la comunicación.  Por eso es importante reflexionar sobre el significado de la comunicación en el plan de Dios.  ¿No envió Jesús a sus discípulos a comunicar su mensaje a todas las naciones?  ¿Cuál es el significado de esta comunicación?  Los textos bíblicos de la Eucaristía de hoy arrojan luz sobre esto.

          En la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, estamos en presencia de dos grandes "comunicadores", Esteban y Pablo.  Recordemos primero el contexto: Inmediatamente después de la muerte y resurrección de Jesús, o en todo caso después de Pentecostés, los Apóstoles habían comenzado a predicar el Evangelio en los círculos judíos de Jerusalén y habían hecho rápidamente conversos, no sólo entre los judíos, sino también entre los griegos simpatizantes.  Los diversos servicios que debían prestarse a esta comunidad grande y diversa habían llevado a los Apóstoles a establecer diáconos.  Esteban es uno de estos diáconos, que no sólo sirve en las mesas, sino que realiza milagros y señales entre la gente.  Algunos reciben su mensaje, otros discuten con él pero no pueden resistir su sabiduría.  Se difunden falsos rumores contra él -otra dimensión de la comunicación; hoy diríamos "fake news"-, se le acusa falsamente y tiene que comparecer ante el tribunal del Sanedrín.

          El largo discurso de Esteban complace primero al pueblo, que se siente halagado, como pueblo elegido.  Pero cuando los desafía y los acusa, sus oyentes deciden inmediatamente deshacerse de él.  Y es a través de su propia muerte que Esteban lanza su último y más fuerte mensaje.  Cuando su misión llega a un final abrupto, comienza otra, la de un joven llamado Saúl, que está implicado, al menos indirectamente, en la muerte de Esteban. 

          Una vez convertido, Pablo probará las técnicas de la sabiduría humana para "vender" el mensaje de Cristo.  En Atenas, se mostró complaciente: "Atenienses, sois los más religiosos de los hombres... He visto una estatua en vuestra casa dedicada al Dios desconocido" y, citando a los poetas paganos, les dijo: "He venido a hablaros de ese Dios desconocido".  Pero esta técnica no funcionó en absoluto, y Pablo volvió a la otra técnica, la de la "locura de la cruz".  De su experiencia debemos aprender que el mensaje de Cristo no es un producto que se pueda "vender".  Si así fuera, tendríamos que adaptar el Evangelio a las leyes del mercado, es decir, reelaborar constantemente el mensaje de Cristo para que se corresponda con lo que la gente espera y desea, o crear grandes fenómenos colectivos de aceptación del mensaje como se hace en las convenciones electorales de los grandes partidos políticos.  Esta no es la manera de tratar la Palabra de Dios, ya sea que la prediquemos verbalmente o a través de nuestras vidas, según nuestras respectivas vocaciones. 

          El Evangelio de hoy es el más bello ejemplo de la comunicación de Jesús: su comunicación con su Padre, en primer lugar, en su gran oración en la Última Cena, luego compartida con sus discípulos durante esa misma comida.  Estas "comunicaciones" de Jesús avanzan en torno a dos temas: el del amor y el de la unidad.  Estos dos temas están interconectados y son inseparables.

La vocación última de toda la humanidad es volver a ser una en Dios.  La vocación última de los seguidores de Jesús es ser "uno" en el amor, para que el mundo escuche su mensaje y crea.  Y todos sabemos que no hay amor y unidad sin comunicación y sin compartir.  Este es el propósito de la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos.  Dicha unidad no es una simple conformidad con las mismas estructuras; es ante todo un compartir y una reciprocidad: "tú en mí y yo en ti".

          Esta es quizás una forma muy precisa de discernir las formas de comunicación constructivas de las destructivas.  Las primeras engendran amor y unidad y provienen de Dios.  Lo que crea división y perpetúa el odio proviene del poder de las tinieblas.

          Todo esto es cierto en nuestra comunicación diaria con los demás.  Pero también lo es el intercambio global de comunicaciones.  Pocos de nosotros tenemos la oportunidad de utilizar las comunicaciones de los medios de comunicación de masas para moldear la opinión pública, ¡o para ganar unas elecciones!  Pero todos estamos expuestos a ella.  Y es nuestra responsabilidad determinar su efecto en nosotros, exponiéndonos a ellos sabiamente.  El Evangelio de esta mañana nos da un criterio infalible para este discernimiento: todo lo que promueve la unidad, la cooperación, la comprensión y el amor entre los individuos, los grupos y las naciones, viene de Dios.  Todo lo que crea o mantiene las divisiones, la desconfianza, el miedo, la confrontación, proviene del Poder de la Oscuridad.

          Al igual que debemos elegir constantemente entre Dios y las riquezas, también debemos elegir constantemente entre la comunicación como forma de amor y la comunicación como elemento de dominación. 

Armand VEILLEUX