1 de junio de 2022 - miércoles de la 7ª semana de Pascua
Hechos 20:28-38; Juan 17:11b-19
Homilía
San Lucas, en su Evangelio, da gran importancia a la larga ascensión de Jesús a Jerusalén, donde será juzgado por el Sanedrín y luego entregado por los líderes religiosos a las autoridades romanas, para ser ejecutado fuera de la Ciudad. Del mismo modo, en su "segundo libro", los Hechos de los Apóstoles, describe la actividad de Pablo como un ascenso a Jerusalén, donde será acusado por los mismos líderes religiosos de Israel, lo que le llevará a ser tomado por la autoridad romana. Esto le llevará a ser enviado a Roma donde finalmente será decapitado.
La primera lectura de la misa de hoy describe su encuentro con los representantes de la Iglesia en Éfeso. En términos conmovedores, confía a Dios esta Iglesia que tanto ama, y cuya unidad él sabe que está amenazada. Entonces todos se arrodillan y rezan, sabiendo que éste es su último encuentro y al día siguiente le acompañan al barco con el que iniciará su ascenso a Jerusalén, con muchas escalas.
Nuestro leccionario litúrgico establece un paralelismo entre este relato y la sección de la larga oración de Jesús en la Última Cena, que comenzamos a leer ayer. En este pasaje, Jesús ruega a su padre que mantenga unidos en su nombre a los discípulos que ha enviado a llevar la buena nueva como él mismo había sido enviado al mundo por su Padre.
En la celebración de hoy recordamos a uno de los primeros mártires de la Iglesia de Roma, San Justino.
La unidad de la Iglesia, como la unidad de cualquier comunidad particular dentro de la Iglesia, es un don de Dios que debe pedirse en la oración. El pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, que murió en una prisión nazi hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, escribió un pequeño y maravilloso libro sobre la vida comunitaria en los confines de su celda. En él dice que cuando intentamos construir una comunidad con nuestros propios esfuerzos humanos, siempre fracasamos. No podemos construir la comunidad; debemos recibirla como un regalo de Dios. Pero debemos estar preparados para recibir este regalo.
En esta novena de Pentecostés, pidamos al Espíritu Santo este don de la unidad para nuestra Iglesia universal y para todas las células eclesiales, incluidas las familiares, que la componen.
Armand Veilleux