5 de junio de 2022 - Solemnidad de Pentecostés
Hechos 2:1-11; Rom 8:8-17; Jn 14:15...26
Homilía
Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, y Juan, en su Evangelio, nos presentan dos descripciones muy diferentes, pero complementarias, de la irrupción del Espíritu Santo en la primera comunidad cristiana: la de los Apóstoles y de los primeros discípulos. En Lucas, es una manifestación visible, sorprendente e inquietante en la relación con el entorno. En Juan, todo es interioridad, presencia íntima. En ambos casos, se trata de la presencia del Espíritu de Dios en la humanidad.
En las religiones antiguas, los seres humanos sentían la necesidad de acudir a Dios. Incluso en Israel, la Tienda de la Reunión y más tarde el Templo se consideraban el lugar de la presencia de Dios, donde la gente iba a encontrarse con Dios. Pero Jesús nos dice que ahora es Dios quien quiere venir a nosotros. ...Si le amamos.
A lo largo del Evangelio, Jesús habló largamente del amor al prójimo y del amor a su Padre. Aquí, por primera vez, en un momento privado antes de su muerte, habla del amor a sí mismo. "Si me amáis, seréis fieles a mis mandamientos..." No se trata de la mera observancia externa de los preceptos, sino de la identificación con él por medio del amor. Entonces orará al Padre, que nos enviará el Espíritu.
"Si me amáis". Esta pequeña palabra - "si"- es importante. Indica que la amistad o el amor no se imponen. Es una invitación cuya respuesta es siempre incierta. Entonces Jesús les dice lo que ocurrirá si le aman. En primer lugar, si aman a Jesús serán fieles a sus dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. Y él, por su parte, rogará al Padre por ellos y el Padre les enviará el Espíritu de la Verdad, que será su abogado.
Luego, un poco más adelante, Jesús amplía su discurso. Primero dijo: "Si me amáis...". Ahora dice: "Si alguien me ama...". Así que esto se aplica a todos nosotros: Si amamos a Jesús, seremos fieles a su Palabra, su Padre nos amará. Jesús y su Padre vendrán y harán su casa con nosotros.
Una de las palabras claves de este Evangelio es el verbo "permanecer". Esta palabra está vinculada a la noción de duración y estabilidad. Es agradable visitar nuevos lugares, pero el lugar donde habitamos es el lugar donde hemos establecido nuestra residencia permanente. Es relativamente fácil tener muchos encuentros superficiales -que pueden ser provechosos y enriquecedores-, pero mantenerse fiel a una relación personal requiere más permanencia y estabilidad. Las únicas relaciones en las que se puede permanecer de forma continua y fiel son las de amor o amistad. Y es de esa relación de la que habla Jesús a sus discípulos durante la última comida que comparte con ellos, que son sus amigos. Les llama a permanecer fieles a esta amistad, incluso cuando él ya no esté con ellos.
Luego les dice: "El Espíritu... os enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho". El Espíritu que Jesús promete es el Espíritu de la verdad, el Espíritu del recuerdo y la memoria. Habita en el corazón de cualquiera que sea discípulo de Jesús, es decir, de cualquiera que haya aceptado su mensaje, y llama constantemente a ese mensaje a su corazón.
Ese día comenzó la obra del Espíritu en la Iglesia, que no es otra cosa que la pequeña comunidad de los que han puesto su fe en Cristo Jesús. Fortalecida por este Espíritu de verdad y de memoria, la Iglesia de Jesús ha atravesado todos los siglos, todas las crisis de la sociedad y todas sus propias crisis internas.
La afirmación condicional de Jesús se dirige a todos nosotros como al grupo de discípulos con los que tuvo su última cena: "Si me amáis...". Sabemos que no es fácil amar, especialmente cuando somos conscientes de las exigencias del amor: Si amamos de verdad a Cristo, su Espíritu, que es el Espíritu de la verdad, nos dará la fuerza para afrontar la verdad sobre nosotros mismos, individualmente, sobre nosotros como Iglesia, y sobre cada uno de aquellos con los que hacemos Iglesia.
Frente a esta Verdad, que puede revelarnos cosas a veces dolorosas sobre nosotros mismos individualmente, así como sobre todos nosotros juntos como Iglesia, el Espíritu del recuerdo nos recuerda los dos grandes mandamientos: el amor a Dios y el amor incondicional a nuestros hermanos.
Armand VEILLEUX