5 de julio de 2022 - Martes de la 14ª semana (año par)

Oseas 8:4-7, 11-13; Mateo 9:32-38.

Homilía

            Desde hace unos días, la primera lectura de la misa está tomada del libro del profeta Oseas, que es sin duda el profeta del Antiguo Testamento que, más que ningún otro, describió la relación de Dios con su pueblo utilizando las imágenes del amor humano, y en particular del amor entre un marido y una mujer.  Sus escritos están a menudo llenos de gran ternura. Y entonces, de repente, en el texto del mismo Oseas que tenemos hoy, el profeta nos presenta a Dios bajo la apariencia de un Dios herido, iracundo, incluso vengativo.  A pesar de toda la belleza de estos textos, todavía estamos lejos del Nuevo Testamento.

            En el Evangelio de hoy vemos primero a Jesús curando a un sordomudo. Evidentemente, esto despierta la admiración de la multitud, pero también el odio de los Fariseos que afirman que Jesús expulsa a los demonios por el poder de los demonios.  A diferencia de los Apóstoles que una vez quisieron hacer caer fuego del cielo sobre los que no habían recibido su mensaje, Jesús ni siquiera responde. Simplemente se aleja y va a las ciudades y pueblos de los alrededores, dando la buena noticia en las sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando a los enfermos.

            La palabra griega que se traduce aquí como "se compadecía " es una palabra muy fuerte que significa "ser tomado en las entrañas", una actitud de gran compasión y misericordia que en todo el Nuevo Testamento se atribuye sólo a Dios.

            Jesús ve entonces a toda la humanidad como un enorme campo de trigo maduro listo para ser cosechado, pero faltan los obreros para esta cosecha. A continuación, Jesús invita a sus apóstoles a rezar al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies.

            A menudo escuchamos esta palabra de Jesús como una llamada a rezar por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Obviamente, es muy bueno hacerlo; pero las palabras de Jesús tienen un significado mucho más amplio. La cosecha es, de hecho, toda la humanidad.  Y todos somos llamados y enviados a manifestar a esta humanidad la compasión y el amor del Padre, manifestados en Jesucristo.  Recemos, durante esta celebración, para ser fieles a esta misión.

Armand Veilleux