6 de julio de 2022 - Miércoles de la 14ª semana del tiempo ordinario

Os 1:1-3, 7-8, 12; Mateo 10:1-7

Homilía

          Los rabinos de la época de Jesús se rodeaban de unos pocos discípulos, con los que vivían en una escuela o en la puerta de una ciudad.  Jesús eligió un estilo muy diferente.  Es un rabino itinerante que no espera a que los discípulos vengan a él, sino que sale a su encuentro.  No entrena a sus discípulos con largos discursos, sino que simplemente los involucra en sus viajes misioneros y los envía en misión.  No está en la línea de los sacerdotes de su tiempo (preocupados por los sacrificios y el dinero del pueblo) y menos aún en la de los Fariseos (una élite altiva), sino en la de los grandes profetas y, más allá de ellos, en la estela del propio Moisés. 

    

          El evangelista Mateo no describe la institución de los Doce.  En su Evangelio, en lugar de esta institución, están las "bienaventuranzas" en las que Jesús establece la Ley de la Nueva Alianza y por las que, en consecuencia, funda su Iglesia, el nuevo Israel.  El texto habla en primer lugar de los "doce discípulos", que se mencionan aquí por primera vez y que son la figura de todo el Pueblo de Israel, compuesto por doce tribus.  A este pueblo, representado por los doce, le da poder para hacer todo lo que él mismo hizo: expulsar a los espíritus malignos y curar de toda enfermedad y dolencia. A continuación, el texto pasa a dar el nombre de apóstoles a estos doce discípulos. La misión de la que hablamos aquí es, pues, una misión confiada a todo su nuevo pueblo, a su Iglesia, a todos nosotros.  Todos están llamados a tener la misma compasión que él tuvo

          Estos doce discípulos -o doce apóstoles- que Jesús ha elegido para enviar a la misión son un grupo tan diverso como puede ser.  Primero están Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, luego Santiago y su hermano Juan.

De los otros siete no sabemos casi nada (si excluimos lo que se cuenta en los evangelios apócrifos u otros relatos tardíos del mismo tipo). Y la lista termina con el que lo entregará.

          Si hubiéramos estado en el lugar de Jesús, probablemente habríamos elegido colaboradores mejor preparados y nos habríamos asegurado de que tuvieran todo lo necesario para una tarea tan difícil como expulsar espíritus malignos.  Jesús eligió un grupo variopinto, nos eligió a todos nosotros, sabiendo muy bien que, como Moisés con su pueblo, tendría grandes dificultades para hacer comprender a sus seguidores inmediatos, y mucho menos a todos nosotros, el sentido de su misión, que hunde sus raíces en la compasión por los que sufren y carecen de dirección.

          Conocemos nuestras limitaciones y debilidades; pero la misión que se nos ha confiado es más grande que nosotros.  Aquel que nos la confió está siempre ahí para consolarnos y alimentarnos, como lo hará en esta Eucaristía.

          Y no olvidemos la última frasecita de nuestro Evangelio, que nos recuerda que todo lo que somos y hemos recibido, lo hemos recibido gratuitamente.  Por ello, debemos cumplir libremente nuestra misión como cristianos, sabiendo que esta vocación al Evangelio no es un privilegio que debamos conservar, sino una gracia que hay que compartir.

Armand VEILLEUX