13 de agosto de 2022 - Sábado de la 19ª semana "B”

Ezequiel 18:1...32; Mateo 19:13-15

Homilía

          A lo largo del Evangelio, Jesús muestra una especial preocupación por los más necesitados, los más pobres, los últimos.  Por lo general, los enfermos y los poseídos son llevados a él para ser curados y liberados de sus demonios.  En el Evangelio de hoy, simplemente le traen niños pequeños que no parecen necesitar nada en particular.  Simplemente se le pide que les imponga las manos y rece.  Los discípulos, que parecen querer ser los protectores de Jesús contra los intrusos, quieren mantenerlos alejados.  En cambio, Jesús dice que les dejen venir a él, porque el reino de los cielos pertenece a los que son como ellos.  Recordarás que en otro pasaje del Evangelio Jesús dijo que, si no nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos.  Así que les pone las manos encima antes de irse.

          Quizás podríamos reflexionar un poco sobre el significado de la imposición de manos y la oración.  Es un contacto físico entre dos personas; entre el que reza y aquel por el que reza.  Al igual que en las curaciones realizadas por Jesús siempre hay un gesto físico que acompaña a la palabra, así ocurre con la oración.  De este modo, se expresa el vínculo entre la persona que reza y la persona por la que reza.  A través de este contacto físico, la gracia obtenida por la oración del orante se transmite a aquel por quien reza.  La unidad que nos hace a todos UNO en Cristo es, en cierto modo, tanto física como espiritual.  Todos salimos de las manos del mismo Alfarero, según la imagen del Génesis; o, según la imagen del Salmista, las mismas manos nos tejieron a todos en el vientre de nuestras madres.  Por eso, en todos los sacramentos, la oración o la palabra va siempre acompañada de un gesto físico. Cuando el sacerdote da la absolución, por ejemplo, extiende la mano hacia el penitente, gesto con el que implora que descienda sobre él (o ella) la gracia del perdón.

          El problema que aborda el profeta Ezequiel en la primera lectura es algo similar.  La religión judía tradicional había desarrollado un sentido muy fuerte de la solidaridad en el bien y en el mal, de la unidad fundamental de todas las personas, especialmente dentro del mismo clan y familia.  Había algo hermoso y bueno en esto, pero podía llevar a consecuencias equivocadas.  Uno podría eximirse de su responsabilidad personal considerando que las desgracias que nos afligen se deben a los pecados de nuestros antepasados.  Ezequiel llama a la responsabilidad personal.  Cada uno de nosotros es responsable de practicar la justicia y la caridad.  Y cuando alguien peca, es él quien soporta las consecuencias, no sus hijos.

           En la enseñanza del Antiguo Testamento y de Jesús, pues, hay un justo equilibrio entre la responsabilidad personal de cada uno por el bien y el mal; y, por otra parte, los profundos lazos que nos unen a todos en la misma humanidad y que hacen que las gracias obtenidas por la oración de uno puedan pasar al otro -lo que se expresa sacramentalmente en el gesto de la imposición de manos que acompaña a la oración-.