8 de septiembre de 2022
Fiesta de la Natividad de María,
Miqueas 5:1-4a; Mt 1:1-16. 18-23
Homilía
Los Evangelios son muy discretos sobre la Virgen María. Cada vez que se la menciona es para mostrar su lugar y su papel en las principales etapas del misterio de la salvación. Ella está allí el día de la Anunciación para pronunciar su "Sí" y recibir en su seno al Hijo del Padre Eterno. Estará presente en varias etapas de la vida pública de su Hijo y especialmente junto a la Cruz y con los Apóstoles el día de Pentecostés.
Hoy celebramos su "natividad", es decir, el momento de su nacimiento. Se desconoce el día exacto de su nacimiento, pero la lectura del Evangelio que acabamos de escuchar la sitúa en la historia del pueblo judío. Al igual que su prometido José, es descendiente de David, hijo de Abraham, depositario de la Promesa.
Los Evangelios nos cuentan la vida de Jesús desde el principio de su vida pública, pero cada uno de los evangelistas ha añadido una introducción o prólogo. Juan, el místico, nos habla del Verbo, existente desde toda la eternidad con el Padre y que se hizo hombre, que vino entre los suyos. Mateo, en el texto que acabamos de escuchar, traza la genealogía de José, el marido de María, que es también la de María, de la que nació Jesús.
Los dos primeros capítulos de Lucas, que nos dan la impresión de ser un Evangelio de la Infancia de Jesús, son en realidad una serie de narraciones simbólicas en las que Lucas anuncia todos los grandes temas de su Evangelio y todos sus personajes principales. De María dice que, cuando se cumplieron los días, dio a luz a "El Primogénito" -no "su primogénito", como se traduce a veces, sino "El Primogénito", el Primogénito del Padre Eterno, el Primogénito por excelencia, el primero de muchos hermanos.
Así que es de nuestra madre, de todos nosotros -todos los que estamos llamados a ser configurados a imagen de su Hijo- de quien celebramos hoy, no el día de su nacimiento, sino simplemente el hecho de que ha nacido, de que existe en el plan de Dios, de que es ella la que nos ha traído no sólo la salvación, sino el propio Salvador.
Por medio de esta Eucaristía, demos gracias al Señor por este misterio de nuestra salvación y por el papel que María ha desempeñado en él.
Armand Veilleux