16 de septiembre de 2022: Santos Cornelio y Cipriano

1 Co 15, 12-20; Lc 8, 1-3

Homilía

    Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana, nos dice Pablo.  El Hijo de Dios había asumido los límites de nuestra existencia humana en su totalidad.  Por su resurrección ha trascendido, en su naturaleza humana, todos estos límites.  Ahora está con el padre, en el eterno hoy, presente en todos los tiempos y lugares simultáneamente, y nos revela que nuestra naturaleza humana es capaz de trascender todas las limitaciones y divisiones que actualmente experimentamos.

    El Papa Cornelio, a quien celebramos hoy, murió en el exilio por su firme compromiso de abrir el camino de la reconciliación a quienes, por debilidad, habían apostatado durante las persecuciones. Cipriano caminó por una fina línea entre estar en desacuerdo en principio con el Papa Esteban sobre la validez del bautismo conferido por los herejes y estar en plena comunión con el mismo Papa, y confirmó la fuerza de su fe muriendo como mártir.

    En el Evangelio, Cristo se nos presenta una vez más libre de las estrictas convenciones sociales de su tiempo. Recorre las ciudades y pueblos de Galilea y Judea acompañado no sólo por los doce y un gran número de discípulos varones, sino también por un nutrido grupo de mujeres, algunas de las cuales, como María, eran amigas íntimas y desempeñaron un importante papel en la Iglesia primitiva. En el texto evangélico que acabamos de leer, acepta comer en casa de un fariseo, donde una mujer conocida como pecadora se acerca y le unge los pies con un precioso perfume, los moja con sus lágrimas y los enjuga con sus cabellos. Y Jesús le revela al fariseo que los muchos pecados de la mujer le han sido perdonados, porque ha amado mucho.

    Pablo nos dice en una de sus epístolas que en Cristo las distinciones naturales pierden su importancia: en Cristo ya no hay Judío o Griego, esclavo o libre, hombre o mujer.  Pablo dedicó toda su vida al reconocimiento de la igualdad de derechos de Griegos y Judíos.  El mundo cristiano tardó casi dos mil años en abolir la esclavitud, al menos desde el punto de vista jurídico.  Parece que a la Iglesia del siglo XXI le está reservado el reconocimiento de la igualdad de derechos de mujeres y hombres en la Iglesia y en la sociedad.

    En el silencio de nuestra oración, cuestionemos todas las distinciones que todavía podemos hacer en nuestros corazones, que han sido abolidas por la cruz y la resurrección de Cristo. Que esta Eucaristía que ahora vamos a continuar sea en nosotros fuente de unidad y de fraternidad universal. 

Armand Veilleux