18 de septiembre de 2022 - 25º domingo "C

Am 8:4-7; 1 Tim 2:1-8; Lc 16:1-13

Homilía

           En sus capítulos 14 a 16, San Lucas relata lo que podría llamarse "charla de sobremesa" de Jesús. Aunque este género literario es exclusivo de Lucas entre los evangelistas, se utilizaba a menudo en su época. Jesús es invitado a una comida y, al igual que los demás comensales, cuando le llega el turno, ofrece reflexiones y enseñanzas. El Evangelio que tuvimos hace unas semanas sobre dónde sentarse cuando se invita a un banquete iba muy en esta línea. Muchas de las enseñanzas relatadas en esta sección del Evangelio de Lucas, incluida la que hoy nos ocupa, sólo se encuentran en Lucas.

           Este texto no es una parábola en el sentido habitual de la palabra. La técnica de la parábola solía consistir en conseguir que los oyentes se identificaran con uno de los personajes y en extraer de esta identificación una lección que de otro modo no habrían aceptado. Además, la mayoría de las parábolas de Jesús son una enseñanza sobre su Padre, lo que no ocurre aquí. El hombre rico del principio de la historia no puede identificarse con Dios Padre, que sólo está ahí para presentar al administrador deshonesto al que pide cuentas.

           Es muy legítimo pensar que Jesús, en este relato, está aludiendo a un acontecimiento que acababa de ocurrir y que todo el mundo conocía. Lo utiliza como punto de partida para la enseñanza sobre la actitud ante el dinero, que se resume poderosamente en la última frase: "No se puede servir a Dios y al dinero al mismo tiempo". Y no es casualidad que Lucas, que es un excelente escritor y siempre elige cuidadosamente sus palabras, utilice aquí la palabra "servir".

           Esta historia es muy diferente, por ejemplo, de la parábola del amo que confía talentos a sus siervos cuando se va de viaje y les pide que den cuenta de su gestión a su regreso. El maestro en cuestión, en esta parábola, personificaba al propio Cristo. Aquí, la enseñanza de Jesús contrasta dos mundos con escalas de valor completamente diferentes.

           El primer mundo es el de los que se han hecho esclavos de la riqueza y se entregan a todo tipo de artimañas más o menos hábiles. Para todos los que están en este mundo, sólo cuenta la ganancia. En primer lugar, hay un "hombre rico" (y sería impensable que, en la mente de Lucas, para quien la enseñanza de Jesús sobre la pobreza es tan importante, este "hombre rico" pudiera representar a Dios Padre). Este hombre rico no tiene sirvientes; tiene un "administrador" de sus bienes y, cuando le dicen que ese administrador no los gestiona bien, le pide cuentas y lo despide sin más, como se hace en el mundo de los negocios. Este directivo es astuto y sabe cómo asegurar su futuro con sus últimos acuerdos, un poco como los presidentes de empresas que reciben millones de euros o dólares como indemnización cuando son despedidos por mala administración o fraude.

Se puede apreciar la astucia de este "truco", al igual que el maestro de este gestor deshonesto. Pero, por supuesto, Jesús no invita a hacer lo mismo. De hecho, nos invita a hacer justo lo contrario, lamentando que los hijos de "este mundo" de las tinieblas sean más listos en su propio mundo que los hijos de la luz en el suyo. El dinero que podamos tener -y que siempre es un dinero "engañoso" que puede engañarnos sobre nuestra propia importancia- debe utilizarse no para comprar amigos, como podría entenderse superficialmente este texto -lo que sería sólo una forma de corrupción un poco más noble-, sino para hacer amigos en las mansiones eternas. Es decir, vivir de tal manera que nuestro corazón esté ya en las moradas eternas, de modo que los que viven allí sean ya nuestros amigos y nos acojan allí cuando crucemos al otro lado.

La cuestión fundamental no es si tenemos poco dinero, mucho dinero o ninguno, sino "dónde está nuestro corazón" y "quién es nuestro amo". Podemos ser esclavos de las cosas materiales aunque tengamos muy poco. Por otra parte, si somos verdaderamente "siervos" de Dios y de su Hijo Jesucristo, nos convertiremos, siguiendo su ejemplo, en siervos de todos nuestros hermanos y hermanas, tanto si nuestros bienes son pequeños como grandes. No se puede "servir" a Dios y al dinero al mismo tiempo.

Además, la traducción francesa de esta última frase no transmite toda la fuerza del texto de Lucas, que personifica al dinero dándole un nombre propio: "Mammón". No podéis -dice Jesús- servir a la vez a Dios y a Mammón.

Debemos elegir de quién queremos ser "siervos" y, por tanto, a quién queremos tener como "amo".

Armand VEILLEUX