29 de diciembre de 2022 - 5º día de la Octava de Navidad
H o m e l i a
Tras el Evangelio de Mateo de ayer y el de Juan de anteayer, el de hoy es del Evangelio de Lucas, y más concretamente del final del segundo capítulo. Sabemos que en sus dos primeros capítulos el evangelista Lucas anuncia todos los temas principales de su Evangelio. Al final del capítulo dos, relata dos acontecimientos de la infancia de Jesús: la presentación en el Templo y su viaje a Jerusalén con sus padres a la edad de doce años.
Estas dos historias están compuestas exactamente de la misma manera. En ambos casos, Jesús sube al Templo de Jerusalén en cumplimiento de un precepto de la Ley, prefigurando ya la gran subida a Jerusalén a la que tiende todo el Evangelio de Lucas. En ambos casos se hace un anuncio sobre Jesús: en el primer caso lo hacen Simeón y Ana; en el segundo, el propio Jesús. En ambos casos, Jesús regresa a Nazaret después de esta subida a Jerusalén, y crece en edad y sabiduría, nos dice Lucas.
En cada una de estas dos subidas de Jesús a Jerusalén hay un encuentro que prefigura todos los demás encuentros de la vida pública de Jesús. El encuentro con los doctores de la ley y los escribas en la subida de Jesús al Templo a la edad de doce años prefigura todas las tensiones y discusiones entre Jesús y estos doctores de la ley eruditos durante su ministerio. El encuentro de hoy con Simeón y Ana prefigura todos los encuentros de Jesús con los humildes.
Simeón y Ana son pobres de Dios, anawim, y no tienen ningún papel oficial en el Templo. Simeón no pertenecía a la clase sacerdotal. Lucas lo presenta simplemente como 'un hombre llamado Simeón... que esperaba la consolación de Israel' y sobre el que se posó el Espíritu Santo. Ana era una mujer de edad avanzada, viuda cuando aún era joven, que vivía constantemente en el Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayuno y oración.
Simeón y Ana son modelos para nosotros. ¿Por qué fueron capaces de reconocer al mensajero de Dios en este niño presentado en el Templo como los demás? Porque eran gente de deseo; porque vivían en espera de la Consolación de Israel, de la salvación; porque el Espíritu Santo descansaba sobre ellos, y porque alababan a Dios en el Templo día y noche, en ayuno y oración. ¿No encontramos en esto todos los aspectos de nuestra vida monástica?
Sí, también nosotros podremos ver a Dios, reconocer la presencia de Cristo a nuestro alrededor, si nos esforzamos con todo nuestro ser en la espera de su Reino, si vivimos fielmente en su templo, en el ayuno y la oración, con un espíritu de pobreza de corazón, sin ambición y sin pretensiones. Entonces el Espíritu Santo descansará sobre nosotros como sobre Simeón.
Entonces podremos, con nuestra vida más que con nuestras palabras, hablar de este Niño a todos los que esperan la salvación.