19 de febrero de 2023 7º domingo "A"

Lev 19,1-2.11-18; 1 Cor 3,16-23; Mt 5,38-48

Homilía

    ¿A quién se le ocurrirá hoy en el mundo poner la otra mejilla cuando alguien le abofetea delante de toda una multitud?  ¿Quién será tan ingenuo como para dar a un pobre no sólo el dinero de su cartera, sino también el título de propiedad de su coche o de su casa?  ¿Quién dirá a los Palestinos que amen a los Judíos y a los Judíos que amen a los Palestinos?

    A estas preguntas, nuestra respuesta espontánea será: "Es imposible" o "Es utópico".  El mensaje del Evangelio de hoy no es sólo que esa utopía es posible, sino que su realización es la voluntad de Dios.  Nos obliga a descubrir que el mundo que hemos construido es, según los criterios de la sabiduría de Dios, una aberración. Lo que nos parece imposible es la esencia misma de lo que debería ser la sociedad humana.

    A todos nos parece normal tratar bien a los de nuestra propia cultura y país, y mantener a distancia a los de otra raza o religión.  ¿La distinción entre naciones y países es algo esencial para los seres humanos, o es consecuencia del egoísmo humano?  ¿Cómo es posible que, de 4.000 o 5.000 millones de seres humanos, consideremos a unos pocos millones, o a unos pocos cientos de millones, como nuestros amigos, y a los demás como nuestros enemigos, simplemente porque han nacido al otro lado de una frontera geográfica, al otro lado de un océano o de un río, o porque hablan una lengua diferente?  ¿Es una utopía soñar con la humanidad como una gran familia con lugares de comunión en lugar de fronteras, con puntos de encuentro en lugar de puestos de control, con tarjetas de San Valentín en lugar de pasaportes, con nuevas estrellas en lugar de armas ofensivas o defensivas?  Sí, es una utopía, la utopía de Jesús de Nazaret.

                                                

    Para convertir esa utopía en realidad, tenemos que volver a empezar cada día a un nivel muy humilde y práctico, dándonos cuenta de cómo podemos detener este ciclo paranoico de violencia demencial, mostrando tanto amor al hermano que nunca piensa como yo como al que es lo suficientemente inteligente como para compartir todas mis ideas; mostrando la misma amabilidad al que tiene el don de hacer todas las cosas que me exasperan que a aquel con el que siempre me siento en la misma longitud de onda; negándonos a convertirnos en rehenes de un universo mediático cuyo objetivo principal parece haberse convertido en dividir y oponer a grupos de personas y países, y en magnificar sus divisiones y oposiciones.

    En su época, San Pablo estaba muy familiarizado con este tipo de tensiones, tanto en su propia vida como en las iglesias a las que servía.  Corinto, en particular, fue a veces una comunidad muy difícil para él.  Parece que estaba constantemente en un estado de gran tensión y siempre amenazada por las divisiones.  Tenía su parte de seguidores que estaban más interesados en los predicadores individuales y sus enseñanzas que en promover la unidad y la fe ortodoxa.  Ciertamente, tenían una idea falsa de lo que significaba predicar el Evangelio.  Por eso Pablo tiene cuidado de subrayar que les presenta a Cristo sin apoyarse en ninguna filosofía concreta.  No apela a su propia autoridad, sino al señorío de Cristo.  Y, sobre todo, tiene esta hermosa afirmación, que debería poner fin a todos los conflictos, grandes o pequeños, en los que siempre intentamos defender lo que consideramos nuestra propiedad, o nuestros derechos: "Todo es vuestro -dice-, ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida o la muerte... todo esto es vuestro, y vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios".

    ¡Todo esto es muy, muy sencillo!  Aunque no es fácil, como todos sabemos.  Bastante utópico, por cierto.  Es una de esas cosas imposibles para los seres humanos, pero nada es imposible para Dios y a Él pertenecemos.

Armand Veilleux