26 de marzo de 2023 -- V Domingo de Cuaresma "A
Ezequiel 37:12-14; Rom 8:8-11; Juan 11:1-45
Resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45)
Se pueden distinguir fácilmente dos niveles redaccionales en este pasaje del Evangelio de Juan. La narración original era un relato de la resurrección de Lázaro, el mayor de los milagros de Jesús. Cuando Juan decidió insertar este relato en el momento crucial de la vida de Jesús, es decir, al final de su ministerio y al comienzo de su pasión, lo transformó. Lo que ahora está en el centro del relato ya no es el milagro en sí, sino el diálogo de Jesús con Marta.
En el centro de este diálogo está la palabra reveladora de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida", y también la respuesta de Marta (v. 27): "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha de venir al mundo".
Este texto nos ayuda a comprender la gran riqueza y diversidad de la experiencia espiritual de la Iglesia primitiva. Cada una de las comunidades cristianas locales tenía su propia manera de vivir y revivir su experiencia de Cristo. En las iglesias de la tradición de Mateo, el recuerdo del ministerio de Jesús se centra en la relación de Jesús con el grupo de sus discípulos, especialmente los doce apóstoles. Pero en el Evangelio de Juan el recuerdo se centra en la relación de Jesús con una serie de amigos, especialmente Marta, María y Lázaro. Ellos son sus verdaderos discípulos, y él es su maestro. Marta es la primera en ser mencionada. Es ella quien, tras recibir la revelación y expresar su fe en la palabra de Jesús, va a buscar a María, igual que Andrés y Felipe habían ido a buscar a Pedro y Natanael. Como "discípula" más querida de Jesús, expresa la fe mesiánica de la comunidad en nombre de todos. Marta confiesa su fe mesiánica, no en respuesta a un milagro, sino en respuesta a la revelación e interrogación de Jesús: "¿Crees esto? La confesión de fe de Marta en el Evangelio de Juan es paralela a la de Pedro (6:66-71), pero se trata de una confesión cristológica en un sentido más pleno. Jesús es el revelador desde el cielo. Como tal, la confesión de Marta tiene el significado pleno de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo en los Evangelios Sinópticos. Así, Marta representa la plena fe apostólica de la comunidad de Juan, como Pedro representa la plena fe apostólica de la comunidad de Mateo.
Si queremos aplicar este texto a nuestra propia situación, tenemos que ser tanto Marta, que confiesa a Cristo, como Lázaro, que ha resucitado. Sobre esta resurrección, tenemos que prestar atención al hecho de que Juan no intenta darnos ninguna información sobre la experiencia de Lázaro, ni cuando estaba muerto ni después de su vuelta a la vida... Lo único que importa es que volvió a la vida.
El texto de Ezequiel puede ayudarnos a aplicar esta historia a nuestra propia vida: "Pondré mi espíritu dentro de ti y volverás a vivir...". Experimentamos la muerte de muchas maneras a lo largo de nuestra vida. La forma en que Lázaro sale de la tumba es una expresión simbólica: "las manos y los pies atados con vendas y el rostro cubierto con un sudario". Y qué dice Jesús: "Desatadle y dejadle ir".
Hay un hermoso poema del poeta inglés C.S. Lewis titulado: "Till we have faces"... Es decir, hasta que no tengamos rostro, no podremos relacionarnos con Dios... ni con los demás. Quizá hayamos perdido hasta cierto punto el sentido de nuestra identidad, de quiénes somos, de quiénes estamos llamados a ser... Nuestro rostro está cubierto por una mortaja. Es una forma de muerte. Esta mortaja puede ser la máscara que nos hemos hecho para protegernos de los demás, o para mostrarnos como algo distinto de lo que somos. Tal vez sea la máscara de nuestras ambiciones... Tantas formas de muerte... Quizá empezamos nuestra vida monástica llenos de ideales y generosidad, luego perdimos nuestras ilusiones y nos decepcionamos. Entonces nuestras manos y pies están atados con vendas... Entonces necesitamos oír la voz de Jesús que nos dice: "Yo soy la resurrección y la vida".
Encontremos en este bello texto simbólico no sólo el valor para vivir plenamente la vida que se nos ofrece, sino también la alegría de oír al Señor decir de nosotros: "Desatadle y dejadle ir".
Armand Veilleux