Breve homilía para el Viernes Santo
El relato de la Pasión según San Juan, que acabamos de escuchar, tiene una característica diferente a la de los otros tres Evangelios. En este relato, Juan nos presenta una imagen de Jesús coherente con la que ha ido desarrollando a lo largo de su Evangelio. Es la imagen de un Jesús que es la revelación del Padre y que es también, en su persona, la plena manifestación del amor.
Toda su vida hizo la voluntad del Padre. Paradójicamente, su muerte en la cruz es una victoria. Su última palabra es el punto final no sólo de su Pasión, sino de toda su vida: "Todo está cumplido", dice. La voluntad del Padre de conferir la salvación a la humanidad se cumple plenamente en Él.
Las últimas palabras del relato ya evocan la resurrección. El cuerpo de Jesús es depositado en una nueva tumba. Y sabemos que al tercer día, los que busquen ese cuerpo encontrarán una tumba vacía.
La celebración de hoy pertenece a la celebración del Misterio Pascual. Ni siquiera el Viernes Santo celebramos a un Cristo muerto. En el culto cristiano nunca celebramos a un Cristo muerto. Siempre celebramos a un Cristo resucitado. Hoy recordamos su paso por la muerte, pero somos conscientes de que sólo fue un paso. Está vivo, pasó por la muerte, pero resucitó y sigue vivo. Es este Cristo vivo en nuestro mundo, en nuestra Iglesia, en cada uno de nosotros lo que celebramos.
El recuerdo de su pasión nos permite comprender algo de la inmensidad de su amor por nosotros, ya que sufrió tanto para darnos la vida eterna.
Esta pasión de amor la vivió para todos los suyos, como se nos recordó en el texto del Evangelio de ayer, también del Evangelio de Juan. Todos los suyos son tanto los que le recibieron como los que no, todos sus hermanos en la humanidad.