2 de mayo de 2023 - Memoria de s. Atanasio

Homilía

            En las enseñanzas de Jesús había muchas llamadas al desprendimiento radical y al compromiso total.  Por ejemplo, la invitación a dejar al padre, a la madre, a los hermanos y hermanas, a abandonarse a sí mismo en busca de lo único que importa, para comprar la perla preciosa.

           Aquellos de los primeros cristianos que querían adoptar esa búsqueda y renuncia como una forma de vida permanente podían encontrar en la cultura de su tiempo, especialmente en el movimiento bautista al que había pertenecido Juan el Bautista, y en el que el propio Jesús se había insertado al ser bautizado, un modo de expresión que correspondía a algo profundamente arraigado en la propia naturaleza humana.

           Así, las tendencias ascéticas que estaban extendidas en la época de Jesús entraron en contacto con el Evangelio y se transformaron gradualmente, durante los primeros siglos de la Iglesia, a través de un proceso que corresponde a lo que hoy llamamos inculturación. La vida monástica, cuando encontró su forma cristiana claramente definida a principios del siglo IV, puede considerarse una de las primeras y mejores formas de inculturación.

            Si estas corrientes de ascetismo a veces salvaje pudieron encauzarse y convertirse en auténticas formas de vida cristiana, se lo debemos a obispos perspicaces e iluminados como Atanasio, patriarca de Alejandría, que se convirtió en patriarca precisamente en el año en que San Pacomio fundó su primer monasterio.

            En su Vida de Antonio, que no es una biografía en el sentido moderno, sino un tratado sobre la vida monástica, Atanasio quería hacer dos cosas. Se dio cuenta de que las multitudes de ascetas que habían huido al desierto podían convertirse en un movimiento salvaje que sacudiera a la Iglesia, o podían ser una gracia para la Iglesia.

            Por lo tanto, quería, por un lado, en su responsabilidad como pastor de la Iglesia en Egipto, dar orientación espiritual a los monjes, así como al movimiento monástico y, por otro lado, convencer a los demás obispos, que no eran muy favorables a este movimiento monástico, de que este movimiento podía ser un buen ejemplo de vida cristiana.

            Tuvo éxito en ambos frentes.  Y como tuvo éxito, la tradición monástica se mantuvo viva en la Iglesia.  Se ha transmitido a través de los siglos, y a través de grandes monjes como Benedicto, Roberto, Alberico y Esteban, ha llegado a cada uno de nosotros como una llamada personal.  Podemos decir que, si estamos hoy aquí, celebrando la Eucaristía como comunidad monástica, se lo debemos a San Atanasio.

            Que esta Eucaristía sea el sacrificio de alabanza del Señor por la gracia de nuestra vocación monástica.