7 de mayo de 2023 – 5º Domingo de Pascua, "A”

Hechos 6:1-7; 1 Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12

Homilía

            Tras el Evangelio del domingo pasado, en el que Jesús se presentó como la puerta del redil por la que debe entrar todo el que quiera salvarse, hoy comenzamos la lectura del hermoso capítulo 14 del Evangelio de Juan, que continuaremos durante los dos próximos domingos, en el que Jesús también se presenta como el Camino, la Verdad y la Vida.  En el pasaje que leemos hoy (y que ya hemos escuchado en la Misa ferial de los dos últimos días) destacan de modo particular dos temas: el de la morada y el del camino.

            Jesús quiere calmar el corazón de sus discípulos, turbados por su inminente partida: "Que no se turbe vuestro corazón", les dice.  Y lo que puede evitar que se turben es la fe.  En efecto, a partir de ahora es por la fe por lo que Jesús estará presente ante ellos.  Puesto que creen en el Padre, deben creer también en Jesús, pues, como ya les ha dicho, "El Padre y yo somos uno".  El tema de "morar" aparece aquí, y se repetirá a lo largo de este discurso de la Última Cena.  

Morar en algún lugar es algo distinto de residir en él temporalmente. Puedo quedarme unos días en casa de unos amigos y, aunque me reciban muy bien, ése no es el lugar donde me quedo.  Estoy de paso; no es mi casa.  Jesús dirá a sus discípulos, un poco más tarde, que si guardan su Palabra, él y su Padre vendrán y harán su morada con ellos.  Y aquí les habla de su propia morada con Dios.  Hay, dice, muchas moradas con su Padre, y él ha ido a preparar la de ellos.

Para los Judíos, la casa de Dios era el Templo.  Jesús dice que eso ya no es así.  Ya no es ahí donde vive el Padre.  Jesús mismo es ahora la casa de Dios.  Y todo el que se une a Jesús por la fe se convierte también en un lugar donde el Padre, el Hijo y el Espíritu hacen su morada. 

            El tema de la morada sugiere naturalmente el tema del camino hacia ella.  En el Antiguo Testamento, el camino del Éxodo conducía a la Tierra Prometida; el regreso del exilio conducía a Jerusalén; el Camino de los Peregrinos conducía anualmente al Templo.  Ahora Jesús es él mismo el Camino, la Vía, porque vivió este camino desde el Padre hacia nosotros y de vuelta a su Padre.  Y los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo lanzó a la Iglesia primitiva, compuesta por sus discípulos, por el mismo camino. Al final de la primera lectura (del libro de los Hechos), se dice que la Palabra de Dios, predicada por los Apóstoles, "crecía" allí donde era acogida, donde Dios podía hacer su morada.

            Esta morada de Dios es cada uno de nosotros, pero también es toda la Iglesia, la comunidad de los creyentes.  La segunda lectura, tomada de la Primera Carta de Pedro, vuelve sobre el tema de la Morada de Dios, aplicando esta imagen no sólo a cada persona, sino a la Iglesia como tal, que es también el Templo de Dios.  Y la piedra angular de esta nueva morada de Dios entre los hombres es Jesús.  Qué honor es para todos nosotros ser, cada uno a nuestra manera, una pequeña piedra en este inmenso edificio donde Jesús mismo es la piedra angular.

Armand Veilleux