Jueves, 18 de mayo de 2023 - Solemnidad de la Ascensión

Hch 1,1-11; Ef 1,17-23; Mt 28,16-20

 Homilía

          Ya en la mañana del tercer día, el día de la Resurrección, un ángel, por mediación de las mujeres que habían acudido al sepulcro, envió a los discípulos de vuelta a su Galilea, es decir, a sus ocupaciones habituales.  Era allí donde Jesús se reuniría con ellos.  En el relato de Lucas sobre la Ascensión, al principio de los Hechos de los Apóstoles, los ángeles que se aparecen a los Apóstoles les dan el mismo mensaje: "Galileos, ¿por qué os quedáis mirando al cielo? De nuevo son enviados de vuelta a su vida cotidiana.     

     

La muerte de Jesús había sido una profunda tragedia para los discípulos y especialmente para los apóstoles. Esta tragedia no sólo había afectado al propio Jesús, sino que también les había afectado profundamente a ellos.  No nos resulta fácil darnos cuenta de lo que significó para ellos este -aparente- fracaso.  Habían puesto toda su fe, todas sus esperanzas, en este joven profeta.  Para seguirle habían renunciado a todo: no sólo a las pocas posesiones materiales que pudieran tener, sino también a sus familias, a sus trabajos y, sobre todo, a sus otros sueños.  Habían apostado todo por él y ahora todo se desmoronaba.  Me parece que la frase que mejor transmite su actitud es la de los discípulos de Emaús: "Pensábamos que era él quien iba a liberar a Israel... y ahora...".

          Las numerosas apariciones de Jesús en las semanas que siguieron a su muerte y resurrección fueron como un tiempo de transición que se les concedió.  Un tiempo para llorar todas sus expectativas humanas.  Jesús, como maestro admirable, les acostumbró poco a poco a su ausencia. Pero iba a haber una última aparición. El comienzo de los Hechos de los Apóstoles deja claro que esta última aparición de Jesús fue el final de este periodo de luto (no luto por Cristo sino luto por sus expectativas demasiado humanas) y el comienzo de un nuevo periodo.  El comienzo de la Iglesia. 

          De los cuatro evangelistas, Lucas es el único que menciona una ascensión, es decir, un movimiento físico por el que Cristo se aleja de la presencia y de la vista de los Apóstoles. Los demás evangelistas se limitan a mencionar que hubo una aparición de Jesús a sus discípulos después de la Resurrección, que fue la última. (El relato de Marcos sobre la Ascensión es un añadido posterior a su Evangelio, tomado de Lucas).

          El texto de Mateo que acabamos de leer recoge las palabras de Jesús en su última aparición: comienza diciendo a sus discípulos que "se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra".  A primera vista, sorprende oír a Jesús hablar de "poder" de esta manera, cuando durante toda su vida terrenal rechazó el poder y, sobre todo, se negó a ejercerlo.  Pero la paradoja del Evangelio es precisamente que aquel que se humilla es exaltado.  Como muy bien dice el bello himno cristológico retomado por San Pablo en su carta a los Filipenses: "Se anonadó a sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte... por eso Dios le exaltó y le dio el nombre de Kyrios, de Señor", el nombre de Dios.  Por eso tiene plena autoridad sobre sus discípulos y los envía, como el Padre le había enviado a él. "Id, pues. 

          Su misión es "hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos y enseñándoles a guardar todos los mandamientos que les había dado".  ¿Cómo lo harán? Esencialmente siendo sus testigos a través de sus vidas.  Esto es lo que oímos en el texto de los Hechos: "Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra".

          ¿Dónde encontrarán la fuerza para cumplir esta misión? En la sencilla promesa que Jesús les hace: "Yo estoy (no "yo estaré", sino "yo soy") con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".

          Esta misión encomendada a los discípulos es también nuestra misión.  Sea cual sea nuestra vocación particular dentro de la Iglesia -ya seamos una persona casada, un monje, un sacerdote, etc.-, todos estamos llamados a ser los que realicemos el trabajo de la Iglesia. -- Todos estamos llamados a ser testigos de Cristo resucitado a través de nuestra vida cristiana.  Pidamos pues al Señor en esta Eucaristía ser siempre fieles a esta misión, con la certeza de que está siempre con nosotros - presente en nuestro mundo, en nuestra Iglesia y en cada uno de nuestros corazones.

Armand VEILLEUX