13 de agosto de 2023 --19º domingo ordinario "A

1 Reyes 19:9a,11-13a; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33

 

HOMILÍA

          Todas las lecturas de la misa de hoy nos hablan de encuentros con Dios. Pero son encuentros verdaderamente desconcertantes e inesperados. Elías era un profeta ardiente, que destruía a los enemigos de Dios y estaba dispuesto a mover cielo y tierra para hacerlo. Y sin embargo, cuando se encontró en el monte de Dios, el Horeb, el Señor le hizo conocer su presencia no en el violento huracán que partió las montañas y destrozó las rocas, ni en el terremoto y el fuego, sino en una suave brisa.

          Cuando Pablo, en la segunda lectura, expresa hasta qué punto se debate entre el amor a su pueblo, el pueblo judío, y su misión como apóstol de Cristo, piensa sin duda en aquel inesperado y dramático encuentro en el camino de Damasco, que transformó su vida.

         Y finalmente, fue a través de un singular paseo sobre las aguas como Jesús se reveló como Dios a sus asustados discípulos.

          Detengámonos un momento en este último encuentro e intentemos ver qué mensaje quiere transmitirnos el evangelista Mateo. En primer lugar, observemos que Mateo sólo menciona la oración solitaria de Jesús dos veces en todo su Evangelio: en esta ocasión y en el Huerto de los Olivos, en momentos especialmente trágicos. Tras enterarse de la muerte de Juan el Bautista, Jesús parte en una barca con sus discípulos hacia un lugar tranquilo y solitario. La multitud se da cuenta y se le adelanta. Se apiada de esta pobre gente y les da de comer después de curar a sus enfermos. Luego obliga (la palabra es fuerte) a sus discípulos a ir a la otra orilla. La otra orilla ya no estaba en Israel; era el mundo de los paganos, al que también tenían que ir. Probablemente también quería protegerlos del peligro de ser arrastrados por la multitud en un movimiento que transformaría a Jesús en un Mesías político. Despide solo a la multitud y sube a la montaña para rezar a su padre. Como resultado de este encuentro con Dios, su humanidad adquiere una de las características que el Antiguo Testamento reconocía como prerrogativa de Dios, la de caminar sobre las aguas (cf. Job 9:8; 38:16).

          El mundo en que vivimos parece a menudo un barco azotado por el viento en un mar tempestuoso. Pensemos, por ejemplo, en la pandemia del Covid 19 que ha afectado prácticamente a todos los países del planeta, y que aún no ha terminado; o en los incendios que asolan actualmente varios países; o en la trágica muerte reciente del abad de la abadía francesa de Acey en las montañas suizas. Si Jesús apareciera caminando tranquilamente sobre este mar tempestuoso, pensaríamos sin duda, como los Apóstoles, que se trata de un fantasma. Y, sin embargo, viene a nosotros una y otra vez, no en ruidosas manifestaciones, sino en la suave brisa. Si tenemos el valor -o la temeridad- de desafiarle del mismo modo que Pedro le desafió: "Si eres tú, mándame ir a ti", él nos dirá sin duda: "¡Ven!   El "si" de Pedro -su capacidad para reconocer y aceptar su duda- es tan valiente como su "manda" -su voluntad de obedecer a cualquier precio-. Que nosotros también tengamos el valor de atravesar este mar tempestuoso sin miedo y de llegar hasta Jesús incluso antes de que reaparezca en la barca. Todos los que estaban en la barca reconocieron a Jesús cuando amainó el viento. Así Elías había reconocido a Dios en la ligera brisa. Quizá el reto de Dios a los hombres y mujeres de hoy, como a Pedro, sea encontrarle en el corazón mismo de la tormenta.

          No esperemos a que se calmen todos los conflictos en la escena internacional, o incluso en la Iglesia, para esperar la gracia de un encuentro íntimo con Jesús. Son tiempos para naturalezas fuertes y temerarias como la de Pedro. En un mundo en el que Dios se manifiesta de formas tan desconcertantes, tengamos la audacia de decirle: "Si realmente eres tú, mándame salir a tu encuentro, caminando por este caos nuestro". Él nos dirá sin duda: "Ven". Recemos para tener el valor de seguir adelante con la mirada fija en Jesús y no en la tormenta que nos rodea. Pero aunque la tormenta nos devuelva nuestros miedos, no importa. Jesús nos tomará de la mano y nos subirá a la barca... sin olvidar que esta barca se dirige a la otra orilla, al mundo de las "naciones", a la misión universal.

Armand Veilleux