25 de agosto de 2023 - Viernes de la 20ª semana
Homilía
En muchas sociedades, especialmente en África, la solidaridad de la familia extensa es una dimensión extremadamente importante de la estructura social. De hecho, esta solidaridad es esencial para la supervivencia. Las condiciones de vida pueden ser muy sencillas y frugales, pero en general a nadie le falta lo esencial. Cuando una mujer enviuda y los niños quedan huérfanos, son atendidos por la familia extensa, a través de toda una red de relaciones. Del mismo modo, los forasteros tienen un derecho divino a la hospitalidad.
Toda esta estructura social y red de relaciones se ve a menudo socavada por el desarrollo de un tipo de vida urbana moderna. El resultado es la pobreza y los barrios de chabolas, con gente que se desplaza de una ciudad a otra en busca de menos pobreza.
Algo parecido ocurrió en Israel después de que se establecieran en la Tierra Prometida. La gente que había compartido todo entre ellos durante su existencia nómada comenzó a establecer pequeños imperios privados. Las dificultades económicas fueron el resultado de la transición de una economía nómada a una urbana, en la que los individuos débiles se vuelven más vulnerables. Extranjeros, viudas, huérfanos y muchos pobres pasaban hambre sin que nadie acudiera en su ayuda.
Fue con este telón de fondo que algunos de los grandes profetas predicaron y pidieron justicia social. En el Libro de Rut, se pone como ejemplo la actitud de Rut la Moabita, fiel a su suegra.
Algo parecido ocurrió varios siglos después, en tiempos de San Benito, cuando la estabilidad del Imperio Romano se vio quebrantada por la invasión y el asentamiento de numerosas tribus procedentes del norte y del este. Fue en este nuevo contexto en el que San Benito pidió a sus monjes que recibieran a los forasteros y a los pobres como Cristo. Y San Gregorio, en su Vida de San Benito, nos habla de varias ocasiones en las que Benito dio a los pobres todos los recursos del monasterio, hasta la última gota de aceite.
Todo esto nos da un contexto más amplio en el que entender el doble precepto del amor en el Evangelio de hoy. Estamos llamados a amar a Dios y al prójimo con todo nuestro corazón, alma y mente; es decir, con un amor que es a la vez tierno e inteligente, y que implica todo el ser del que ama y todos los aspectos de la vida de la persona amada.
Hoy en día, como en tiempos de los profetas, en tiempos de Jesús y en tiempos de San Benito, el mundo está experimentando cambios radicales y rápidos. Millones de personas son refugiados o han emigrado a tierras extranjeras; e incluso dentro de los países más industrializados, los débiles y los pequeños son las víctimas que el propio desarrollo sacrifica en el altar del progreso. Jesús no nos llama a una actitud de simpatía vaga y sentimental; nos llama a un amor inteligente que implique el corazón, el alma y la mente, y que tenga en cuenta todas las necesidades, tanto materiales como espirituales, de los más pequeños.
Busquemos en la Eucaristía --el sacramento del amor-- la fuente de un amor más profundo, verdadero, concreto y real, tanto entre nosotros como hacia los más pequeños.