30 de agosto de 2023 : miércoles de la 21ª semana de OT

1 Tesalonicenses 2, 9-13; Mateo 23, 27-32

Homilía

La larga lista de maldiciones de Jesús contra los fariseos al final del Evangelio de Mateo se ha dividido en tres bloques en el leccionario ferial, repartidos en los tres primeros días de la 21ª semana del Tiempo Ordinario. (Los autores del leccionario probablemente pensaron que sería un poco aburrido tenerlos todos en el mismo día; de hecho, la memoria de la Pasión de san Juan Bautista, ayer, nos ahorró el segundo bloque).

            Lo que Jesús reprocha a los fariseos es sobre todo su hipocresía, es decir, la falta de correspondencia entre lo que son y la impresión que intentan dar de sí mismos. Y nos recuerda la importancia de la verdad y la sencillez en nuestra vida cristiana y monástica. Somos lo que somos ante Dios, con nuestras cualidades y nuestros defectos, nuestras capacidades y nuestras limitaciones, y nos sabemos amados por Él tal como somos, y llamados por Él a crecer continuamente. Cuando nos preocupamos por lo que los demás piensan de nosotros, intentando impresionarles con nuestras cualidades mientras ocultamos nuestras limitaciones, seguimos estando lejos de esa verdad y sencillez que es la esencia de la vida monástica.

La primera lectura de hoy, de la carta de Pablo a los Tesalonicenses, nos habla del significado de la paternidad (o maternidad) espiritual.  

            Si Pablo se considera un "padre" para los miembros de las iglesias que fundó (o asistió), es porque las generó a través de la Palabra de Dios. Sólo Dios es el Padre. Sólo hay una paternidad: la de Dios. Toda paternidad o maternidad humana -sea física o espiritual- es una participación en la de Dios.

            El Padre se ha expresado totalmente en su Hijo, en su Palabra; y es a través de esta Palabra que ha creado, engendrado todas las cosas. El Verbo encarnado nos ha dado vida nueva entregándose a nosotros en la fe y en los sacramentos.

            Cristo es el Padre y la Madre de toda comunidad monástica. Según la Regla de Benito, el abad es el padre del monasterio, porque es el vicario de Cristo. Su tarea como padre no es engendrar hijos espirituales para sí mismo, sino dar a luz a Cristo en sus hermanos.

            Del mismo modo, cuando San Benito, al final de su Regla, nos invita a la obediencia mutua, nos invita a ser, cada uno para los demás, padre y madre, comunicándonos la Palabra, tanto por exhortación como por ejemplo de vida.

            Es una enorme responsabilidad que todos tenemos con los demás: comunicarnos la vida o negarnos a hacerlo.

            Celebremos hoy a memoria de los santos Guérin y Amédée