31 de octubre de 2023 - Martes de la 30ª semana ordinaria,

Rm 8, 18-25 ; Lc 13, 18-21

Homilía

          Estas dos parábolas forman parte de un grupo de cuatro que se encuentran en los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), aunque cada uno de los evangelistas las haya colocado de manera diferente en su narración. Las otras dos son la del agricultor paciente que ha puesto su semilla en la tierra y espera a que crezca, y la de la cizaña mezclada con la buena semilla, que sólo será arrancada cuando la semilla haya alcanzado su pleno crecimiento. Las cuatro parábolas hablan de la misma realidad, es decir, del aparente fracaso de la predicación de Jesús, o al menos de la lentitud con que se hacían patentes los resultados de su predicación.

          En la parábola del grano de mostaza (o de la semilla de mostaza), Jesús quiere alimentar la fe en Dios, subrayando el contraste entre los humildes comienzos de su reinado y las dimensiones del reinado escatológico venidero. Sin duda, Jesús quiso responder así a quienes contrastaban la debilidad de los medios que utilizaba con la gloria del Reino de Dios que esperaban.

          A través de esta parábola, como a través de la parábola de la levadura en la masa, Jesús nos llama a la paciencia -paciencia con nosotros mismos y con nuestros hermanos y hermanas- ante la lentitud de nuestro crecimiento y del crecimiento de ellos. Nos recuerda que los accidentes y los fracasos, las heridas y las curaciones forman parte de este proceso de crecimiento y le dan su belleza. Todo forma parte de nuestra belleza como criaturas. A menudo nos resulta difícil aceptarlo: aceptar que no somos perfectos y, sobre todo, que los demás no son perfectos. Aceptar que nada de lo que nos rodea es realmente perfecto, y que toda nuestra vida aquí en la tierra es una peregrinación desde nuestra finitud hasta nuestro desarrollo perfecto reservado para el tiempo de la cosecha.

          La armonía perfecta no es una dimensión de la creación, y por tanto no es una dimensión de la existencia humana, aunque sea redimida. La grandiosa descripción de la creación que encontramos en el Génesis nos muestra un universo en el que todos los elementos estallan en la existencia: agua, tierra, sol, luna, animales, seres humanos. Comienza entonces un largo camino hacia la armonía, que sólo se alcanzará plenamente en la Parusía. Un proceso que conducirá a la felicidad definitiva, a través de un viaje hecho de llantos, accidentes, fracasos y heridas. Esa es la belleza de nuestro mundo creado.

          En el Evangelio de hoy, Jesús fundamenta nuestra esperanza en la certeza del pleno crecimiento de la semilla depositada en nosotros. También nos invita a aceptar la espera con paciencia y confianza.