Lunes, 27 de noviembre de 2023 - 34ª semana, año impar

Daniel 1:1...20; Lucas 21:1-4

Homilía 

           A lo largo de esta semana, la última del ciclo litúrgico, es el Libro de Daniel el que nos acompañará como primera lectura en la misa. Es un escrito que, aunque tiene elementos históricos, pertenece al género apocalíptico. Fue escrito en una época de persecución, en la época de la resistencia macabea. Revela un mesianismo que alimenta la expectativa de un salvador designado como "Hijo del Hombre". Esto ya nos prepara para el Adviento.

           Asimismo, a lo largo de la semana, los Evangelios, tomados de los últimos capítulos del Evangelio de Lucas, nos hablarán del fin de los tiempos. Y una de las características de este fin de los tiempos, según el Evangelio, será la inversión de las situaciones: los que han sido desfavorecidos y oprimidos en esta vida estarán en la alegría, y los privilegiados de este mundo que han vivido sin compasión por los menos afortunados estarán en el dolor. Este es el contexto en el que hay que escuchar el Evangelio de esta mañana.

          Hay un contraste entre los ricos que depositan grandes sumas de dinero en el tesoro del Templo y la viuda pobre que deposita su pequeña pieza de plata.

          Los turistas ricos que viajan a países en desarrollo tienen a menudo la oportunidad de dar cambio a los pobres, especialmente a los niños pobres que corren detrás de ellos. Se trata, sin duda, de un gesto encomiable. Al mismo tiempo, siempre me ha resultado chocante. La viuda del Evangelio, por el contrario, es una persona pobre que da a los pobres. Da de lo esencial y no de lo superfluo.

          Y esto nos enseña algo muy hermoso sobre Dios. Si Dios fuera un hombre rico, que da de su abundancia, estaría mejor representado por los ricos de nuestro Evangelio que por la viuda que da su ofrenda. ¿Pero no podemos decir que Dios no nos da de su riqueza, sino de su pobreza? Sí, porque Dios se reveló en Jesucristo, que se hizo pobre con nosotros y por nosotros. En Jesús de Nazaret, Dios no se nos apareció como un turista rico que tiraba dinero a los niños pobres, sino como un pobre que compartía su vida con nosotros.

          Si el evangelio fuera sólo una condena a los ricos, podríamos sentirnos bien, ya que la mayoría de nosotros podemos considerarnos, si no pobres, no precisamente ricos. Por eso, las duras (o al menos exigentes) palabras del Evangelio contra los ricos no son para nosotros. Pero ese no es el verdadero mensaje: el mensaje de Jesús es que espera que demos no tanto de lo que tenemos (poco o mucho) sino de lo que somos, de nuestra propia vida; espera que vivamos al servicio de los que nos rodean o están en nuestro camino.

           Y esto es el alma de toda vida comunitaria.