23 diciembre 2024

Mal 3,1-4.23-24; Lc 1,57-66

Homilía

          En su Evangelio, san Lucas establece un riguroso paralelismo entre Juan Bautista y Jesús. Dice de Isabel y de María: «Cuando le llegó el tiempo de dar a luz, dio a luz un hijo». En el caso de Juan, fueron los vecinos los que vinieron a alegrarse con la madre y el niño; en el caso de Jesús, fueron primero los pastores y luego los Magos. Zacarías, como José, desempeña un papel más bien discreto. Con Juan, como con Jesús, se pregunta «cómo será este niño». Ambos tuvieron una larga preparación -Juan en el desierto, Jesús en Nazaret- antes de una vida pública bastante breve.

          La primera lectura de la misa de hoy establece un paralelismo con el nacimiento de Samuel. Los santos, ya sean del Antiguo Testamento o del Nuevo, no son simples modelos que admirar desde lejos. Más bien, son personas que nos revelan, cada uno a su manera, lo que estamos llamados a ser.

          Cada uno de nosotros puede decir, como el Siervo del Libro de Isaías: «Estaba aún en el seno de mi madre cuando el Señor me llamó». Ésta es, ante todo, la llamada fundamental y universal a ser hijos de Dios, incluso antes que la llamada a ser testigos del Evangelio de Jesús, o de tal o cual forma de vida en la Iglesia. Cada uno de nosotros puede decir también: «Soy precioso a los ojos del Señor». Y podemos añadir, sin orgullo, que el Señor nos ha dicho también: «Os haré luz de las naciones», porque es a todos nosotros a quienes Jesús ha dado la misión de ser «la sal de la tierra y la luz del mundo». ¿Cómo podemos hacerlo? -- Siendo, con nuestra vida, una manifestación viva del amor misericordioso del Señor, que nos ama a pesar de todas nuestras limitaciones e incluso a pesar de nuestros pecados. David, tal como nos lo describe la Biblia, no era un «monaguillo»; y sin embargo, Pablo nos dice que era un hombre conforme al corazón de Dios: un hombre humilde, siempre dispuesto a recibir el perdón.

          De cada uno de nosotros, como de Juan, podemos decir: «La mano de Dios está sobre él». Dicho de otro modo, estamos en la mano de Dios; o, para utilizar una imagen totalmente antropomórfica, podemos decir que una de las manos de Dios nos sostiene y la otra está sobre nosotros, de modo que estamos acurrucados entre sus dos manos. Estas imágenes un tanto ingenuas expresan una convicción más profunda: que nuestra seguridad es total, porque descansa en el Todopoderoso. No tenemos nada que temer, nos ocurra lo que nos ocurra, de modo que podemos, como Juan Bautista, ser seres libres -totalmente libres, que no tienen que demostrarse nada a sí mismos -ni a los demás- y que, por tanto, pueden permanecer en silencio, en el desierto, el mayor tiempo posible, y hablar sin miedo, incluso con fuerza y hasta con los grandes de este mundo, cuando la Verdad lo exige.

          Pidamos a Dios, para cada uno de nosotros, la humildad y la libertad que caracterizaron a Juan Bautista.

Armand Veilleux

21 de diciembre de 2023 – 4ª semana de Adviento