14 de enero de 2024 -- 2º domingo "B"
1 Samuel 3, 3b-10.19;1 Cor 6, 13c-15a. 17-20 ; Jn 1, 35-42
HOMILÍA
En las lecturas de hoy tenemos dos figuras bíblicas que son, cada una a su manera, ejemplos de escucha de Dios, o de espera en Dios, y por tanto modelos para los cristianos en general y para los monjes y monjas en particular. Son Samuel y Juan Bautista.
Samuel, de quien ya hemos oído hablar en las lecturas de la Misa de estos días, es un joven que vive en el Templo del Señor, un hombre cuya vida entera está dedicada al servicio de Dios, y que se ha hecho discípulo del sacerdote Elí, para aprender de él los caminos del Señor. Este Samuel es un bello ejemplo de disponibilidad o prontitud para servir. En cuanto oye pronunciar su nombre, responde inmediatamente "Heme aquí", luego corre hacia Elí y repite "Heme aquí. ¿Me has llamado?".
Si se pregunta a una persona: "¿Me harías un favor?", se puede obtener una respuesta de dos maneras. Algunas personas dicen inmediatamente: "¡Por supuesto!". Lo cual no significa necesariamente que lo hagan. Al menos su primer movimiento es estar disponibles. Otras son personas precavidas. Dicen: "... depende... dime de qué se trata...". No quieren decir que sí hasta saber a qué se comprometen. Samuel responde sin vacilar: "Aquí estoy". Si Samuel no supo desde el principio que era Dios quien le llamaba, nos dice el texto, fue porque "aún no conocía al Señor...". Esto significa que cuanto más nos familiaricemos con el Señor a través de la oración y la escucha constantes, más reconoceremos su voz.
Juan Bautista es también, como Samuel, un muchacho que creció en el Templo. No existía para sí mismo, sino para el Mesías, del que estaba llamado a ser heraldo. Lleva años escuchando y, por eso, cuando viene el Señor, sabe reconocerlo. Y como ha vivido para el Señor, está desprendido. No se aferra a nada ni a nadie, ni siquiera a sus discípulos. Cuando viene Jesús, Juan le envía a sus discípulos. Les dice simplemente: "¡Mirad! ¡Aquí está el Cordero de Dios! Y sus discípulos lo abandonan inmediatamente, para seguir a Jesús.
El diálogo de Jesús con sus discípulos, que tenemos en este texto evangélico, tal como lo relata Juan varias décadas después, es muy conmovedor por su sencillez. Al principio, se contentan con seguir a Jesús. Entonces él les pregunta: "¿Qué buscáis?". En lugar de responder a esta pregunta, se limitan a preguntar: "Rabí, ¿dónde vives?". Lo que significa: no buscamos nada ni a nadie. Lo que buscábamos, lo encontramos. -- "Venid y lo veréis", les dice. Y en este punto, hay una línea muy conmovedora en el relato de Juan: "Eran como las cuatro de la tarde". Es como uno de esos preciosos recuerdos en los que tenemos detalles del contexto en el que conocimos, por ejemplo, a un querido amigo por primera vez... Igual que una pareja de ancianos que hablan de su primer encuentro, muchos años después, dicen: "¡Fue en aquel lugar, en aquel restaurante, en aquella esquina, a las cuatro de la tarde!".
Entonces, del mismo modo que Juan les envió al Mesías, estos discípulos quisieron compartir con los demás lo que habían encontrado. Andrés fue a buscar a su hermano Simón y le dijo: "¡Hemos encontrado al Mesías!". Jesús dijo a Simón: "Tú eres Simón, hijo de Juan; te llamarás Pedro".
Cuando el Papa Pablo VI visitó Jerusalén en enero de 1964 y se reunió con el Patriarca Atenágoras, éste le regaló como recuerdo de su visita un icono hecho especialmente para él, en el que se ve a los dos hermanos Andrés y Pedro abrazados. Ahora que dentro de unos días comienza la Semana de oración por la unidad de los cristianos, recemos para estar siempre atentos a la voz de Dios en nuestras vidas. Y, para no perdérnosla, desarrollemos la capacidad de responder siempre "Aquí estoy" cuando alguien pida nuestra ayuda. Pidamos también la gracia de conducir a nuestros hermanos y hermanas a Cristo.
Armand Veilleux