3 de febrero de 2024 - Sábado de la 4ª semana ordinaria
1 Reyes 3:4-13; Marcos 6:30-34
Homilía
En la lectura del Evangelio de hace dos días, Jesús envió a sus discípulos de dos en dos. Les había dado autoridad sobre los espíritus impuros, es decir, el poder de curar. No les había dado la orden de enseñar. Recuerde que esto fue al principio de la vida pública de Jesús y que apenas había empezado a formar a sus discípulos. Pero hicieron mucho más de lo que Jesús les había pedido. No sólo enseñaban sino que curaban ungiendo con aceite e imponiendo las manos. Estos símbolos de la realeza davídica suscitaron evidentemente las esperanzas del pueblo de una restauración nacional, con la llegada de un mesías-rey.
No es de extrañar, por tanto, que cuando los discípulos regresan e informan de todo lo que han hecho y enseñado, no haya ninguna reacción de alegría ni felicitación por parte de Jesús. Han usurpado un papel que no les corresponde. Hay que recordar que en todo el Evangelio de Marcos la actividad de la enseñanza está rigurosamente reservada a Jesús, quien, además, la ejerce sólo con respecto a los judíos.
Puesto que han despertado la esperanza del pueblo en un mesías nacionalista que les liberará del opresor, no es de extrañar que la multitud les siga. La multitud los busca a ellos, no a Jesús. Por lo tanto, Jesús debe sacarlos de este falso éxito y de este comienzo ambiguo y conducirlos de nuevo al desierto para reanudar -o más bien comenzar- su formación. "Venid a un lugar desierto y descansen un tiempo", les dice. El verbo "venid" es una alusión a su primera llamada (Ven, sígueme) y la llamada al descanso es una alusión a Isaías 14:3 (véase especialmente el texto griego de la Septuaginta) donde la palabra "descanso" se refiere a la liberación de la esclavitud de Babilonia. Los discípulos todavía necesitan liberarse de su visión anticuada del Mesías esperado.
Cuando, al otro lado del río, Jesús encuentra a la misma multitud corriendo detrás de los discípulos y de su enseñanza, se compadece porque los ve como ovejas sin pastor. Y así comienza a enseñarles, lo que sólo él puede hacer.
Tal vez debamos leer a la luz de este texto evangélico la situación actual de la Iglesia en aquellas partes del mundo en las que una vez tuvo fuerza y poder y en las que vuelve a quedar reducida a un "remanente". ¿Quizás los cristianos -incluidos sus pastores- se han anunciado demasiado? Tal vez sea Jesús quien llame a toda su Iglesia al desierto, para formarla o reformarla él mismo.
Mientras tanto, Jesús permanece lleno de misericordia y ternura para las multitudes sin pastor, y Él mismo les enseña de mil y una maneras, hablando al corazón de toda persona de buena voluntad. Escuchemos todos su enseñanza, oyendo lo que dice al corazón, a cada uno de nuestros corazones.
Armand VEILLEUX