7 de febrero de 2024, miércoles de la 5ª semana ordinaria
1Re 10:1-10; Mc 7:14-15, 17-23
Homilía
La lectura del Evangelio que acabamos de escuchar es una continuación de la de ayer. Marcos nos cuenta uno de los difíciles y dolorosos encuentros entre Jesús y las autoridades del pueblo -es decir, los fariseos y los escribas-, que se han propuesto llevarle la contraria para deshacerse de él. Jesús vuelve a llamarlos hipócritas, porque han llegado a dar tanta importancia a las prácticas religiosas externas que han perdido de vista la relación entre estas prácticas y la experiencia personal de Dios.
Ya en el Antiguo Testamento, siglos después de Moisés, los grandes profetas de Israel habían denunciado la separación entre la práctica religiosa y la unión con Dios, una práctica por la que se intentaba tranquilizar la conciencia sin tener que practicar la justicia y la solidaridad. (Véase, por ejemplo, Is 1,10-18; 58,1-12; Am 5,18-25; Zac 7) Cuando los fariseos y los escribas reprochan a Jesús que sus seguidores no cumplen con los requisitos rituales de sus tradiciones, Jesús puede responder fácilmente citando una de estas invectivas proféticas.
La enseñanza de Jesús en este Evangelio se desarrolla en tres etapas y en tres niveles diferentes. A los fariseos y escribas, que no están interesados en que les enseñe, sino en ponerle trampas para llevarle a su perdición, Jesús se limita a reprocharles su hipocresía y el error fundamental que les llevó a preferir sus propios preceptos a la ley suprema del amor a Dios y al prójimo. A la multitud, aún dispuesta a recibir su enseñanza, le afirma la naturaleza de la verdadera pureza ante Dios. Está en la rectitud del corazón y no en el hecho de haber hecho esto o aquello o de haberlo omitido. Finalmente, a los discípulos les añade una advertencia. Sí, deben protegerse de toda impureza, no de las impurezas rituales de las que los fariseos y los escribas habían elaborado largas listas, sino de la impureza que proviene de un corazón falso, que conduce a la mala conducta, al robo, al asesinato, etc. Todo se resume en una fórmula lapidaria: lo que hace impura a una persona no es lo que come, sino lo que sale de su corazón, si éste no está totalmente entregado a Dios.
Armand VEILLEUX