18 de febrero de 2024 - Primer domingo de Cuaresma "B"

Gen 9, 8-15; 1 Pierre 3, 18-22; Marc 1, 12-15

 

Homilía

          Inmediatamente después de su bautismo por Juan el Bautista, Jesús se retiró al desierto donde fue tentado por Satanás. Cada año, en el primer domingo de Cuaresma, tenemos el relato de este momento de la vida de Jesús, según un evangelista diferente. Mateo y Lucas nos cuentan con detalle las tentaciones a las que fue sometido Jesús. El relato de Marcos, que leemos este año, es mucho más sobrio. No describe estas tentaciones, e incluso sólo menciona de pasada que Jesús fue tentado por Satanás durante sus cuarenta días en el desierto. Lo importante en el relato de Marcos es, en primer lugar, el propio desierto y el hecho de que Jesús fue conducido allí por el Espíritu. Y también el hecho de que este tiempo en el desierto fue un momento de transición entre su bautismo y su regreso a Galilea para anunciar la Buena Nueva.

          La soledad o el desierto tienen un gran lugar en la vida humana, especialmente en los momentos de transición o de paso. En todas las grandes culturas de la humanidad existe la tradición de que hay que retirarse a la soledad antes de asumir una determinada misión, como la de chamán o sacerdote, y pasar por una serie de pruebas y peligros. Luego regresa a su clan o pueblo con una nueva identidad e identificación con su misión. Se trata de un arquetipo humano que se encuentra en todas las grandes tradiciones culturales de Asia, así como en África o en las tradiciones amerindias.

          Los descendientes de Abraham pasaron colectivamente por esta prueba de cuarenta años en el desierto, durante la cual se constituyeron como un pueblo con el que Dios estableció una relación privilegiada y al que Dios le dio una misión. Pero ya, mucho antes, al final de la larga soledad simbólica en el arca durante el diluvio, Dios ya había hecho una alianza con Noé, el antepasado de Abraham, como hemos oído en la primera lectura.

          Jesús, que había venido a ser bautizado por Juan en medio de la multitud que bajaba de Jerusalén al Jordán para recibir el bautismo de conversión, oyó la voz del Padre que le decía: "Tú eres mi Hijo amado. Luego se retiró al desierto y regresó a su pueblo con su identidad de Mesías.

          Puesto que Dios, en Jesús, ha entrado en el desierto de nuestra humanidad, no debemos preocuparnos demasiado por el hecho de que nuestra Iglesia, sobre todo en la vieja Europa, pero de diversas maneras en todas partes, viva ahora un tiempo de desierto. En lugar de buscar las causas de esta situación en la secularización, el relativismo y todo tipo de "ismos", ¿no podríamos ver la mano del Espíritu conduciendo a su Iglesia -o Iglesias- al desierto, como ya preveía el autor del Apocalipsis, para confiarle una nueva misión en el desierto de la humanidad actual?

          Al igual que los hebreos, apenas liberados de su cautiverio egipcio, querían volver a ese cautiverio que les aseguraba al menos una cierta seguridad, aunque sólo fuera la de los alimentos indispensables para la supervivencia, la tentación de los cristianos de hoy es querer volver a la comodidad de las antiguas formas de religiosidad que conferían a la vez un reconocimiento sociológico y una forma de poder sobre el conjunto de la sociedad.

          En el desierto, Jesús aprendió a convivir con las fieras y con los ángeles, según la expresión simbólica del evangelista Marcos. El desierto de la sociedad actual, que es la que estamos llamados a vivir por el Espíritu, está constituido por una escasez cada vez mayor de verdaderas relaciones humanas, junto con una explosión de comunicaciones. Lo que está en el corazón de nuestra fe es la relación, es decir, la comunión. Una relación con Dios que se encarna en una relación con los hermanos y que se abre a toda la humanidad, tanto a los que nos parecen bestias feroces como a los que nos pueden parecer ángeles.

          En el desierto de la sociedad actual, los medios de comunicación se utilizan para hacer la guerra y organizar revoluciones. La misión de los discípulos de Jesús de Nazaret en este desierto no es sólo mantener una auténtica comunión con todos, sino también inventar nuevas expresiones de comunión.

          En el desierto de la sociedad actual, el extranjero es excluido y rechazado, al igual que todo aquel que es "diferente". En este desierto la misión del cristiano es ser el hermano universal, defendiendo no sólo sus propios derechos sino los de todos y en particular el derecho a ser diferente.

          Sólo Dios sabe cuánto durará este desierto y este invierno. Pero una cosa es cierta, la plenitud de la Vida que nos está destinada y que estamos llamados a transmitir está en la incógnita de un futuro que muchos arcoíris ya nos permiten percibir, y no en un falso retorno a un pasado que se acabó.

Avancemos, pues, juntos, hacia la luz de la Pascua, sin olvidar que esta luz brotará de la soledad de una tumba.

Armand VEILLEUX