27 mars de 2024 - Miércoles Santo
Homilía
Ayer tuvimos como primera lectura el segundo de los cuatro cantos del Siervo que se encuentran en el Libro de la Consolación de Israel del profeta Isaías. Hoy tenemos el tercero de estos cantos, que ya hemos leído en la misa del Domingo de Ramos. La Iglesia siempre ha visto en este Siervo una prefiguración del Mesías sufriente.
Es un texto muy hermoso, que nos habla de la escucha y de la palabra, de la atención y del consuelo. El texto comienza con la mención de la consolación. "El Señor, mi Dios, me ha dado la lengua de los discípulos, para que pueda sostener a los cansados con una palabra." Pero antes de poder hablar, tenía que escuchar. Y para escuchar, sus oídos debían estar despiertos y abiertos: "Cada mañana [mi Dios] despierta mi oído para que, como discípulo, escuche". Podemos reconocer fácilmente en este texto una influencia sobre el Prólogo de la Regla donde San Benito dice a su discípulo: "Escucha, hijo mío, los preceptos del Maestro... inclina el oído de tu corazón".
Ayer tuvimos el texto evangélico de la última cena de Jesús con sus discípulos, según el Evangelio de Juan. Hoy tenemos la misma historia en el Evangelio de Mateo. Mateo insiste en la tristeza. La tristeza de Jesús, por supuesto, pero también la profunda tristeza de los discípulos y probablemente también la tristeza de Judas que pregunta " ¿Podría ser yo?" La respuesta de Jesús, que dice simplemente: "Tú mismo lo has dicho", se corresponde bastante bien con la actitud del Siervo del Libro de Isaías: "...no me rebelé, no me acobardé. Presenté mi espalda a los que me golpearon. "
Conscientes de nuestros propios pecados, entramos en el Triduo Pascual con la misma tristeza que los discípulos. Es una tristeza, sin embargo, que va acompañada de alegría, porque sabemos que es a través del sufrimiento y la tristeza de Jesús que hemos sido perdonados. Durante los próximos tres días, en el curso de nuestras celebraciones, le acompañaremos a través de todas las etapas de su pasión, para celebrar con alegría su resurrección en la noche de Pascua.
Armand Veilleux