12 de abril de 2024 - Viernes de la 2ª semana de Pascua
Homilía
La multiplicación de los panes es el único signo realizado por Jesús que se recoge en los cuatro Evangelios. Esto demuestra la importancia que le atribuían los primeros cristianos. Hoy leemos el relato en la versión de Juan. Juan relata este acontecimiento después de unos 65 o 70 años de meditación. No se interesa por el signo o el milagro en sí. Todo su relato se centra en la persona de Jesús. Nos muestra a Jesús compartiendo sencillamente, muy sencillamente, sin contar, sin prestar atención al tamaño de la multitud.
Al principio del relato, hay una de esas pequeñas frases misteriosas, características de Juan. Dice: "Era poco antes de la Pascua...". Esto significa que la multiplicación de los panes de la que habla, ese compartir lo que se había traído, era una dimensión esencial del misterio pascual y, por tanto, lo es también de la celebración eucarística. Los doce cestos de trozos recogidos corresponden a las doce tribus de Israel y a los doce apóstoles. Por tanto, es también una dimensión esencial de la Iglesia.
Jesús cruza el lago con sus discípulos y sube al monte. Desde allí, mira hacia arriba y ve a la gran multitud que le sigue y El percibe su necesidad de alimento, incluso antes de que nadie haya expresado esa necesidad. Felipe, a quien Jesús explica por primera vez esta situación, no concibe otra solución que la monetaria y matemática: "el salario de doscientos días no bastaría para que todos tuvieran un pedacito de pan". La actitud de Felipe es probablemente la misma que la nuestra, ya que estamos constantemente tentados de dar mayor importancia en nuestra vida a las realidades materiales de las que podemos disponer, con las que podemos contar, aunque sea con el deseo de regalarlas, que es también una forma de ejercer el poder.
La solución propuesta por Andrés y elegida por Jesús es diferente. Es la del compartir. Cuando se comparte de verdad, suele haber suficiente para todos. La gente que rodea a Jesús no está llamada a ponerse en fila para recibir su comida de manos de generosos benefactores; está invitada a reclinarse como lo hacían en los banquetes, y especialmente en la cena de Pascua, para disfrutar de una comida en dignidad con los demás comensales. Y cuando todos están reclinados en la abundante hierba (signo de la abundancia del Reino), Jesús mismo les distribuye la comida, como hace un anfitrión con sus invitados.
Las multitudes seguían a Jesús porque habían visto las curaciones y otros milagros que había hecho y querían ver más. Pero a Jesús no le interesa jugar a hacer milagros. Le interesan las necesidades de la gente. Del mismo modo, al final de la historia, cuando las multitudes quieren proclamarlo Mesías, huye solo a las montañas.
En una comunidad, todos estamos llamados a servirnos unos a otros. Nuestra tendencia humana es buscar posiciones que nos hagan destacar o que nos permitan ejercer el poder. Jesús nos muestra que para él es justo lo contrario. Lo único que le interesa es servir. Sabemos, como nos recuerdan las celebraciones de los Días Santos, que eso le costó caro. Del mismo modo, hoy, en la primera lectura, vemos a los Apóstoles, que acaban de recibir una paliza, muy contentos de haber merecido sufrir un poco por el nombre de Jesús.
Esforcémonos, pues, por vivir con el mismo espíritu de servicio mutuo, por rehuir los honores y las ventajas materiales en lugar de buscarlos, y si esto nos acarrea sufrimientos, por unirlos con alegría a los de Cristo y sus Apóstoles.
Armand Veilleux