15 de abril de 2024 -- Lunes de la 3ª semana de Pascua
Homilía
A lo largo de la semana que comienza, la primera lectura de la Misa nos introducirá en los inicios de la evangelización, con la muerte del primer mártir, Esteban, la persecución que se desató entonces contra la Iglesia en Jerusalén y Judea y, al mismo tiempo, la extensión de la predicación a los gentiles.
Los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles ya nos han mostrado los comienzos de la organización de la primera Iglesia de Jerusalén. Nos cuentan cómo los Apóstoles, para tener más tiempo para la oración y el servicio de la Palabra, instituyeron diáconos para los demás servicios, en particular el servicio de las mesas. De hecho, desde el principio, los diáconos se dedicaron también a la Palabra, porque eran llamados inmediatamente a dar testimonio de su fe. El primero y más famoso fue Esteban, que se convirtió en el primero en morir por el nombre de Jesús. Los Hechos nos dicen que estaba lleno de la gracia y el poder de Dios y que realizaba prodigios y señales brillantes. Los que intentaban discutir con él no podían hacerle frente, pues era la sabiduría del Espíritu Santo la que inspiraba sus palabras. Precisamente por esta sabiduría y poder divino que había en él, se levantó contra él una brutal persecución que le causó la muerte.
En la lectura del Evangelio, también a lo largo de esta semana, leeremos la segunda parte del capítulo 6 de Juan, sobre el Pan de Vida. Así vemos que fue recordando constantemente a Jesús y alimentándose del Pan de Vida como los primeros cristianos encontraron la fuerza no sólo para vivir el Evangelio, sino también para dar testimonio de su fe, en muchos casos hasta el martirio. La primera parte de este capítulo, que leímos la semana pasada, relataba la multiplicación de los panes, tras lo cual Jesús se retiró a la montaña para orar antes de reunirse con sus discípulos en el lago, que cruzaban camino de Cafarnaún.
Hoy es la multitud la que se une a Jesús y a sus discípulos en la otra orilla. Jesús les llama inmediatamente a purificar sus intenciones. Les reprocha que no presten atención a los signos que realiza, que son manifestaciones del poder divino, sino que le siguen simplemente porque han comido bien y quieren más. Les invita a buscar el alimento que se conserva y se transforma en vida eterna. Este alimento es la fe en aquel a quien Dios ha enviado. De hecho, todo el capítulo 6 de Juan sobre el Pan de Vida trata de la fe, además de la Eucaristía.
Que saquemos de esta celebración eucarística la fe que nos permita realizar las "obras de Dios".
Armand Veilleux