24 de abril de 2024, miércoles de la 4ª semana de Pascua
Hechos 12:24-13:5; Juan 12:44-50
Homilía
Los textos de la misa de hoy tratan esencialmente de la Palabra. En primer lugar, en el Evangelio, Jesús dice que ha sido enviado por su Padre para transmitir una Palabra a la humanidad. Él mismo es esta Palabra que el Padre nos dirige, y en esta única Palabra, el Padre habla en plenitud, de modo que quien le recibe recibe al Padre, y quien le ve, ve también al Padre. Él ha venido a traer la luz al mundo. Y Jesús explica en qué consistirá el Juicio Final. No será un juicio desde fuera, hecho caer por Dios sobre cada persona. No, será simplemente una confirmación del estado al que ha llegado cada persona al aceptar o rechazar la Palabra. Nos situamos en la línea de la Vida o de la Muerte, de la Luz o de las Tinieblas, al aceptar o no la Palabra de Dios y al dejar que transforme o no nuestras vidas.
La lectura del Libro de los Hechos nos muestra cómo esta Palabra transforma no sólo a cada persona a la que se dirige, sino también a la Iglesia y a la sociedad. Es admirable ver cómo esta Palabra, dirigida por Jesús a unos pocos discípulos en los caminos de Galilea y Judea, se extiende de repente como un reguero de pólvora, tras su Resurrección. La primera frase de nuestra primera lectura es sorprendente. En este texto de los Hechos, Lucas no dice que la comunidad cristiana creciera y se desarrollara. Dice que la Palabra crecía y se multiplicaba.
Cada día, no sólo en la liturgia, sino también a través de nuestras lecturas personales, entramos en contacto con la Palabra de Dios. Estemos atentos para que esta lectura no sea un mero ejercicio, sino un verdadero contacto con la Palabra, una verdadera «recepción» de la Palabra. Entonces la Palabra crecerá en nosotros. Como el Bautista, disminuiremos y la Palabra crecerá en nosotros, transformándonos gradualmente en ella. Entonces seremos cada vez más transformados y conformados a la Palabra sustancial, el Hijo de Dios. Ese es el objetivo de nuestra vida cristiana y de nuestra vida monástica.
Armand Veilleux