17 de mayo de 2024, viernes de la 7ª semana de Pascua

Hechos 25:13-21; Juan 21:15-19

Homilía

Durante la última Pascua que Jesús celebró con sus discípulos, Pedro, con su habitual ardor, se declaró dispuesto a seguirle hasta el final, incluso hasta la muerte. Jesús le respondió: "Pedro, el gallo no cantará hoy hasta que hayas negado conocerme tres veces". Y efectivamente, unas horas después Pedro negó a Jesús tres veces y, al encontrarse con la mirada de Jesús, salió y lloró amargamente.

En una de sus últimas apariciones después de su resurrección -la que se relata en el pasaje evangélico que acabamos de leer-, Jesús no reprocha a Pedro, sino que, en un gesto sublime, le llama para que afirme tres veces: "Tú sabes que te quiero", borrando así, por así decirlo, su triple negación. Este profundo amor por Jesús es la verdadera naturaleza de Pedro, mientras que la negación sólo había sido una caída temporal. Es a este verdadero Pedro a quien Jesús confía su Iglesia.

Y cuando Jesús resucitado, después de pasar por la muerte, le dice a Pedro: "Sígueme", tanto Pedro como Jesús saben que es una invitación a pasar por el mismo misterio pascual. Es en Roma donde Pedro dará su último testimonio.

La primera lectura de la misa de hoy nos muestra cómo Pablo, el apóstol de los gentiles, se acerca también a su último testimonio. Atrapado, como Jesús, entre las autoridades judías que lo querían muerto, pero no tenían autoridad para imponérselo, y las autoridades romanas que reconocían su inocencia, pero no querían disgustar a los Judíos, Pablo, haciendo uso de sus derechos como ciudadano romano, apeló al emperador. Por ello, fue llevado a Roma para comparecer ante el emperador. Allí murió, como Pedro, unos años después.

En la plaza San Pedro, en Roma, todavía podemos ver las dos grandes estatuas de estos dos pilares de la Iglesia, cuya fiesta litúrgica celebraremos juntos dentro de un mes. Entre nuestros antepasados en la fe, son los dos gigantes.

Hoy celebramos la memoria de los santos mártires de Uganda, San Carlos Lwanga y sus compañeros, que también murieron por su fe en Jesucristo.

Armand Veilleux