18 de julio de 2024 - Jueves de la 15ª semana "B”

Isaías 26:7-19; Mateo 11:28-30

HOMILÍA

Seguimos leyendo el capítulo 11 de Mateo, donde éste ha recogido varios dichos breves de Jesús. Algunas de estas palabras han sido colocadas en otros lugares por los demás evangelistas; otras, como la que acabamos de leer, son exclusivas de Mateo. Sería inútil tratar de rastrear la situación precisa en la que estas palabras fueron pronunciadas por Jesús. Son pequeños textos o relatos aislados que circularon en la Iglesia primitiva antes de ser recogidos en nuestros Evangelios. Tienen valor y fuerza en sí mismos, independientemente de cualquier contexto.

           En el breve texto de hoy, Jesús contrasta su Ley del amor con el pesado y severo legalismo de los fariseos y los doctores de la Ley. El "yugo" era una expresión tradicional del Antiguo Testamento para referirse a la Ley.   Cuando Jesús dice "Venid a mí todos los que estáis agobiados", se dirige a los que están oprimidos por las interpretaciones de la Ley impuestas por los escribas y fariseos. Recordemos su invectiva: "Ay de vosotros, los letrados, porque cargáis a la gente con cargas imposibles de llevar y vosotros mismos no tocáis esas cargas con un dedo. A los que están así oprimidos, les promete, en primer lugar, el descanso de sus almas.

           Les invita a tomar su ley ("tomad mi yugo"), su ley de amor, y a convertirse en sus discípulos ("aprended de mí"), pues es manso y humilde de corazón. Luego repite que los que toman este yugo sobre sí mismos encontrarán descanso. ¿Por qué? - Porque este yugo, o ley, es fácil y la carga que pone sobre los hombros de sus discípulos es ligera.

           Así pues, no veamos en la Ley del Evangelio, ni en las leyes de la Iglesia, ni en los reglamentos de nuestra vida monástica, pesadas cargas que debemos llevar por la ascesis para ganar méritos, sino expresiones concretas de una ley de amor que debe liberarnos y permitirnos correr con un corazón libre y dilatado, como dice San Benito, por los caminos del Evangelio.

Armand Veilleux