21 de julio de 2024 - 16º domingo "B”

Jer 23:1-6; Ef 2:13-18; Marcos 6:30-34

Homilía

            En el Antiguo Testamento, tres figuras desempeñan papeles importantes y complementarios en el pueblo de Israel: el rey, que ostenta la autoridad política; el sacerdote, que realiza los rituales religiosos; y el profeta, que, a menudo con riesgo de su vida, recuerda tanto al rey como al sacerdote y a todo el pueblo sus deberes y pecados y lo que Dios espera de ellos.

            Jesús, como sabemos, no estaba en el linaje real, ni en el del sacerdote levítico, sino en el peligroso linaje de los profetas. Lo pagó con su vida.

            En la primera lectura de la misa de hoy, tenemos un buen ejemplo de un profeta -en este caso, Jeremías- que no duda en reprender a las autoridades políticas y a los sacerdotes, anunciando que Dios enviará un día un digno descendiente de David, que "actuará con entendimiento", y que "ejercerá la justicia y el derecho en la tierra".

            San Pablo, en su carta a los Efesios, habla del mismo Mesías, Jesús, que, dice, ha "matado el odio" en su propia persona y ha venido "a predicar el evangelio de la paz".

            Jesús se preocupaba tanto por todas las necesidades concretas de las multitudes que le seguían o se acercaban a él, que sería muy erróneo y casi obsceno que leyéramos todos estos hermosos textos que se nos presentan en la liturgia de hoy sin relacionarlos no sólo con los acontecimientos de la vida cotidiana de cada uno de nosotros, sino también con los trágicos sucesos que hoy sacuden diversas partes del mundo y se cobran tantas víctimas. El Santo Padre nos ha invitado repetidamente a rezar por la paz, lo que haremos en particular durante esta Eucaristía; pero también es deber de todo cristiano confrontar la situación sobre el terreno con estos textos bíblicos. Sin erigirnos en jueces individuales, podemos -y de hecho debemos- dejar que estas palabras de Dios sean el juez de las acciones y los actores.

            Vengo de una familia numerosa en la que, aunque éramos una familia unida, los niños a veces discutían, como en cualquier familia que se precie. Y cuando nuestra madre o nuestro padre intervenían, no era raro que uno de nosotros dijera: "¡Él empezó! " Esa actitud, entre niños, no tenía consecuencias graves y en general, en esas circunstancias, los padres le decían al mayor: "Eres tú el que debería ser más razonable". Pero cuando se sacrifican vidas humanas día tras día en esos juegos infantiles que practican los adultos con una gran colección de juguetes asesinos, la cosa cambia.

            Jesús se apiadó de las multitudes porque, como dice el texto evangélico, "eran como ovejas sin pastor". Hoy, ante una comunidad internacional incapaz de detener los juegos asesinos de unos cuantos niños grandes, e incapaz de detener la destrucción sistemática de unos cuantos países, esta inmensa comunidad internacional se parece cada vez más a un vasto rebaño sin pastor. Oremos, pues, para que el Señor dé a cada uno de los pueblos pastores capaces de poner el valor de la paz por encima de todo cálculo de intereses.

            Recemos también para que todos los líderes religiosos del mundo tengan la valentía y la sabiduría de continuar la misión de los profetas del Antiguo Testamento, asumida por Jesús, y que sepan llamar a las cosas por su nombre y permitir que el Evangelio arroje su dura luz sobre las acciones de cada uno, más allá de todas las vagas e ineficaces llamadas a la moderación.

            En esta Eucaristía recemos por todas las víctimas de los conflictos actuales, sean del bando que sean; pero pidamos también a Dios que cambie el corazón de todos los que causan este sufrimiento; y recemos también para que todos los que tienen el poder y el deber de tomar las decisiones que pongan fin a estos conflictos tengan la honestidad y el valor de hacerlo

Armand Veilleux