27 de julio de 2024 -- Sábado de la 16ª semana "B

Jer 7:1-11; Mt 13:24-30

H o m e l i a

          Nuestra tendencia natural es clasificar a las personas en dos categorías, los buenos y los malos. Por supuesto, solemos ponernos en la primera categoría. Esta es la tendencia tanto de los individuos como de las naciones y grupos religiosos.

          Siempre impulsados por una profunda necesidad de seguridad, nos perturba fácilmente la naturaleza relativa de todas las cosas. Entonces intentamos convertir todos nuestros conceptos en absolutos, y nos molestan fácilmente los que no sienten la misma necesidad. Pronto nos volvemos intolerantes y sectarios.

Los propios Apóstoles se escandalizaron por la actitud de los Fariseos y de algunos discípulos indecisos, e incluso habrían querido que Jesús enviara fuego del cielo sobre las ciudades que no habían querido recibirle. Jesús se negó a hacerlo.

          Era el pastor universal. No había venido con poder como juez para separar lo bueno de lo malo. No trazó líneas de separación entre los discípulos. No juzgó. Había venido por los pecadores y simplemente esperaba que todos se reconocieran como tales. En su amor, a la espera de una respuesta, tenía un extraordinario respeto por todos los que amaba. Su paciencia era una expresión de autoapego radical.

          Durante toda su vida fue la encarnación de la paciencia divina con los pecadores. Mostró que el perdón divino era ilimitado y que ningún pecado podía arrancar al hombre del poder del Padre.

          Sin embargo, el mensaje de la parábola de hoy va más allá. Jesús no es un legislador. No trae una nueva ley superior a la antigua. Lo que trae es una nueva levadura que ha venido a poner en la masa humana. Por su universalidad, esta levadura invita a todas las generaciones a repensar, a remodelar sus vidas. Ninguna institución humana puede aprisionar esta levadura. Hay que remodelar todo.

          Como Cuerpo de Cristo, la Iglesia ha recibido la tarea de encarnar la paciencia de Jesús con la humanidad. Su misión no es separar lo bueno de lo malo, sino presentar una cara auténtica del amor. En la tierra, el grano siempre está mezclado con la paja e incluso con la cizaña. La línea de separación entre el bien y el mal pasa por el medio de cada uno de nosotros. La separación sólo puede tener lugar después de la muerte.

Armand Veilleux