3 de agosto de 2024 -- Sábado de la 17ª semana "B”

Jer 26:11-16. 24; Mateo 14:1-12

Homilía

          Este Evangelio nos lleva a la presencia de dos hombres muy diferentes entre sí. El primero, Juan el Bautista, es un hombre libre, sin poder ni ambición y, por tanto, también sin miedo. El otro es un hombre con mucho poder en sus manos, esclavizado por sus cálculos y ambiciones y por ello constantemente desgarrado por el miedo.

          Juan es un hombre libre. Su misión es preparar la llegada del Mesías. Sólo existe para esto y no tiene ninguna otra ambición. Cuando reconoce al Mesías, envía a sus propios discípulos hacia él diciendo: "Éste es el Cordero de Dios". Reconoce serenamente que ha llegado el momento de desaparecer. Al no tener ninguna ambición, nada que perder y nada que ganar, es supremamente libre. Puede hablar con firmeza a los grandes y a los pequeños. Llama a los fariseos y a los saduceos "cría de víboras" y recuerda al rey Herodes que no le está permitido vivir con la mujer de su hermano. Esto le costará la vida; pero, como hombre libre, no teme a la muerte.

          Herodes es el tipo por excelencia del hombre que está constantemente atormentado, porque no es libre, porque está desgarrado por sus deseos y ambiciones. Así que está constantemente angustiado. El evangelista Marcos (6,20) nos dice que Herodes temía a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y que lo protegía; y que cuando lo oyó, se quedó muy perplejo, y lo escuchó con gusto. Pero aun así lo hizo encarcelar porque le reprochó su conducta. El día de su cumpleaños, cuando había hecho una promesa descabellada a la hija de Herodías y ésta pidió la cabeza de Juan, se debatió entre varios temores. Tiene miedo de matar a Juan, pero también de quedar mal ante sus invitados. Así que manda decapitar a Juan. Y luego, cuando oye los milagros realizados por Jesús, tiene miedo y se dice a sí mismo que es Juan quien ha vuelto de entre los muertos. Durante el juicio de Jesús, tiene miedo de darle muerte, pero lo entrega de todos modos a los Judíos, por temor a ser considerado un enemigo del César.

          Una recomendación que surge una y otra vez en boca de Jesús, sobre todo en las escenas de apariciones tras la Resurrección, es: "No tengáis miedo". Pedro, que había comenzado a caminar sobre las aguas, comienza a hundirse al sentir miedo.    

          ¿De dónde viene el miedo? Viene de la perspectiva de perder una posesión que es muy importante para nosotros. Quien tiene una gran riqueza teme fácilmente perderla. Quien está apegado a su nombre o reputación tiene miedo de perderlo. Los que tienen grandes ambiciones tienen miedo de cualquier cosa que pueda ser un obstáculo para su realización. En cambio, el pobre, sin propiedades ni poder, que no tiene nada que perder, es mucho más fácil que no tenga miedo. Es mucho más fácil que sea una persona libre.

          Benditos sean los pobres. Sí, bienaventurados los pobres de corazón libre que, como Juan el Bautista, de la primera generación cristiana, no temen en absoluto dar su vida en fidelidad al Evangelio.