6 de agosto de 2024 - Fiesta de la Transfiguración

Dan 7,9-10.13-14 o 2 Pe 1,16-19; Mt 17,1-9

Homilía

            Este relato evangélico, generalmente conocido como la "Transfiguración", corresponde a un estilo literario conocido como apocalíptico. Es un estilo que se encuentra no sólo en el último Libro del Nuevo Testamento, conocido precisamente como el Apocalipsis, sino también en varios pasajes de los Evangelios. El leccionario litúrgico de la fiesta de hoy nos ofrece, con toda razón, como primera lectura una visión del Libro de Daniel, que sigue precisamente esta línea.

            Veamos esta lectura del Libro de Daniel, que nos ayudará a releer el Evangelio de la Transfiguración en el contexto del mundo actual. En la época del profeta Daniel, una gran cultura, la griega, se imponía rápidamente en Israel como en el resto del mundo conocido en aquel tiempo. Era necesaria una nueva forma de entender la existencia y la vida. Tras un período inicial en el que esta nueva influencia fue recibida cándida y acríticamente, hubo un segundo período en el que esta influencia comenzó a engendrar una profunda crisis entre aquellos cuya fe y creencias religiosas no podían conciliarse con este nuevo enfoque cultural. Finalmente, en Israel, a partir del reinado de Antíoco Epífanes, se produjo un esfuerzo sistemático por imponer por la fuerza de las armas esta cultura, considerada "superior" a las demás. Esta supuesta "cultura superior" se volvió cada vez más intolerante y violenta con las poblaciones más débiles, oprimiéndolas y masacrándolas (una versión antigua del "choque de civilizaciones").

            Fue entonces cuando se escribió el Libro de Daniel. Llama a la resistencia basándose en la historia pasada del Pueblo de Dios. Luego, en la segunda parte, adopta el género literario del Apocalipsis para expresar lo que el lenguaje ordinario y convencional no puede: lo absurdo del uso de la violencia y la fuerza. En este lenguaje pictórico, el color blanco simboliza la presencia divina y su absoluta santidad; los tronos simbolizan la capacidad de gobernar la historia; y el "hijo del hombre" prefigura al ser humano que será capaz de hacer efectiva la voluntad de Dios para la humanidad. Los Evangelios utilizarán a menudo esta imagen para presentar la figura de Jesús como un ser humano completamente nuevo, capaz de restablecer el diálogo entre Dios y su pueblo.

            En los Evangelios, los discípulos, como el resto del pueblo, insisten en ver en Jesús a un Mesías triunfante e invencible que restablecerá el reino político de David. El relato de la Transfiguración, lejos de ser una manifestación gloriosa de la divinidad de Jesús, es por el contrario una revelación de su carácter de humilde siervo sufriente. Jesús acababa de anunciar su pasión y muerte, y Pedro en particular había reaccionado muy fuertemente ante la perspectiva. Ahora bien, ¿de qué está hablando Jesús con Moisés y Elías, en esta visión que tienen los Apóstoles? Hablaba de su muerte en Jerusalén. Jesús se revela como el "hijo predilecto" del Padre eterno y, al mismo tiempo, como el ser humano que acepta el fracaso y la muerte, y cuya grandeza reside en aceptar su debilidad y vulnerabilidad.

            El misterio de la Transfiguración es una revelación no sobre Dios, sino sobre la humanidad, la humanidad asumida por el Hijo de Dios en su encarnación. Pedro, que una vez más "no sabe lo que dice" (una debilidad que le engrandece), querría congelar la historia de Jesús en la manifestación de gloria en la montaña. No, hay que volver a bajar a Jerusalén, donde tendrá lugar lo que Jesús anunció.

            Desde 1945, no podemos celebrar esta fiesta litúrgica de la Transfiguración sin recordar que fue el 6 de agosto de ese año cuando cayó sobre Hiroshima la primera bomba atómica, que desfiguró terriblemente a la humanidad. Fue sin duda el acontecimiento de la historia moderna que dio la expresión más clara y trágica a la pretensión irracional y estúpida de la humanidad de vencer la violencia con la violencia. Desde que la humanidad existe, los seres humanos siempre han intentado superar la violencia con más violencia, y nunca han conseguido otra cosa que generar aún más violencia. ¿Por qué no hemos comprendido esto todavía? Si hubiéramos entendido el mensaje del Evangelio de hoy, la tragedia que estamos presenciando hoy en varios países en guerra no estaría ocurriendo.

Mientras pedimos la conversión de cada uno de nuestros corazones, recemos también durante esta Eucaristía por todas las víctimas de estas guerras.

Armand Veilleux