24 de agosto de 2024, Fiesta de San Bartolomé

Apocalipsis 21, 9b-14; Juan 1, 45-51

Homilía         

          Había varios círculos concéntricos de fieles en torno a Jesús. En primer lugar, estaba la multitud a la que Jesús dirigía la mayor parte de sus enseñanzas. Luego hubo un grupo de discípulos, hombres y mujeres, que le siguieron en sus viajes por Galilea y Judea. Entre ellos estaban los Doce, a los que había elegido de manera especial y que iban a ser los cimientos de su Iglesia. Cada uno de estos Doce fue elegido explícitamente, cada uno por su nombre. De algunos de ellos conocemos bastante bien la vida, la actividad apostólica y el martirio. De otros sabemos muy poco. De Bartolomé (Bar Tolomeos, es decir, el hijo de Tolomeo), al que celebramos hoy, sabemos poco. Sin embargo, según la tradición, Bartolomé es la misma persona que este Natanael del que habla el Evangelio que acabamos de escuchar.

          Este Evangelio, que es de Juan, nos cuenta en términos vívidos la llamada de los primeros discípulos en los días siguientes al bautismo de Jesús por Juan el Bautista. En Natanael vemos a una persona viva y sincera, que pasa con facilidad de un escepticismo ligeramente irónico ("de Nazaret, ¿qué bien puede salir?") a un acto de fe ardiente: "¡Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!

         

          Obsérvese especialmente el elogio de Jesús a Natanael: "He aquí un verdadero israelita en el que no hay engaño (es decir, falsedad)". Sin embargo, según la tradición, Bartolomé es la misma persona que este Natanael del que habla el Evangelio que acabamos de escuchar.

          Este Evangelio, que es de Juan, nos cuenta en términos vívidos la llamada de los primeros discípulos en los días siguientes al bautismo de Jesús por Juan el Bautista. En Natanael vemos a una persona viva y sincera, que pasa con facilidad de un escepticismo ligeramente irónico ("de Nazaret, ¿qué bien puede salir?") a un acto de fe ardiente: "¡Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!

         

          Obsérvese especialmente el elogio de Jesús a Natanael: "He aquí un verdadero israelita en el que no hay engaño (ni falsedad)". ¿Podría Jesús decir lo mismo de cada uno de nosotros? ¿En qué consistiría para nosotros el artificio (o la falsedad)? -- Ser verdadero consiste en vivir según las promesas que hicimos el día de nuestro bautismo; según los compromisos que asumimos el día de nuestra profesión monástica; o según los compromisos del matrimonio para los casados. Siempre que somos infieles -o simplemente menos fieles- a nuestras promesas, a nuestros compromisos, somos "falsos".  

          Pidamos al Señor -por intercesión de San Bartolomé- la gracia de una constante conversión del corazón, para que, en el momento de nuestro encuentro final con el Señor, le oigamos decir de nosotros: "¡He aquí un verdadero cristiano, una verdadera monja, un verdadero monje, en el que no hay ningún artificio!

Armand Veilleux