25 de agosto de 2024 -- 21º domingo "B”
Jos 24:1-2a.15-17.18b; Ef 5:21-32; Jn 6:60-69
Homilía
Durante los últimos cuatro domingos hemos leído en el Evangelio el largo discurso sobre el pan de vida, que se encuentra en el capítulo 6 del Evangelio de Juan, donde Jesús se declara a sí mismo como el pan vivo dado al mundo por su Padre, y donde pide una fe total en su persona y su mensaje. El epílogo de este discurso, que leemos hoy (antes de retomar la lectura del Evangelio de Marcos el próximo domingo), fue un punto de inflexión de gran importancia en el ministerio de Jesús y, sobre todo, en su relación con la multitud de discípulos que le seguían y, en particular, con los doce Apóstoles.
Forma parte de la psicología de cualquier pueblo, especialmente si está oprimido u ocupado por otra potencia, esperar a un libertador. Los Judíos esperaban un mesías que los liberara de la opresión de los Romanos (ya que era Roma quien los ocupaba en ese momento). En cuanto Jesús empezó a enseñar, y sobre todo en cuanto realizó algunos milagros, le siguieron grandes multitudes. Tendría fácilmente suficientes seguidores para organizar una sedición. Además, cuando alimenta a la multitud multiplicando los panes, ya quieren coronarlo como rey. Ha llegado el momento de que Jesús les obligue a elegir entre sus sueños y quién es realmente.
De hecho, cuando Jesús, con esta misteriosa frase: "el espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada", les aclara que no ha venido a restaurar un reino material y político, las multitudes le abandonan en masa. Entonces Jesús se dirige a los "Doce" (número simbólico que aparece aquí por primera vez en el Evangelio de Juan) y les dice: "¿También vosotros queréis iros?"
Esta pregunta muestra la importancia que tiene para Jesús la obediencia a la misión recibida de su Padre. No es posible ningún compromiso en este punto. Está dispuesto a ver partir no sólo a la multitud de discípulos que le siguen, sino incluso a los Doce, que él mismo ha elegido. Además, es consciente de que no todos le serán fieles hasta el final. Cuando Pedro se apresuró a responder en nombre de los Doce, Jesús replicó con tristeza: "¿No os he elegido (a todos) los Doce?... y sin embargo uno de vosotros me va a traicionar".
Ya en el Antiguo Testamento el Pueblo de Dios se había encontrado repetidamente en situaciones en las que tenía que tomar una posición: o creer en Yahvé y aceptar todas las consecuencias o hacer como los gentiles. Tuvimos un ejemplo de esto en la primera lectura de hoy, donde Josué obligó a las doce tribus de Israel a tomar una posición a favor o en contra de Yahvé. Gracias a este acto de fe colectivo, este conjunto de tribus diversas -cada una con sus propias tradiciones y creencias- se convirtió en un verdadero pueblo.
Lo mismo ocurre con nosotros. Todos nos encontramos con circunstancias en nuestras vidas -tanto en las personales como en las comunitarias- en las que nos vemos obligados a tomar una postura. Suelen ser circunstancias en las que, para ser fieles a la fe que profesamos, debemos hacer ciertas cosas o negarnos a hacerlas. En tales circunstancias, no sólo se manifiesta nuestra identidad cristiana, sino que incluso se nos da o refuerza esta identidad.
En cada una de estas circunstancias, Dios nos confronta con nuestra libertad humana y nos dice: " ¿También quieres abandonarme? Pidamos que tengamos siempre el valor de decir con Pedro y como él: "Señor, ¿a quién iremos?", sin importar el precio que tengamos que pagar.
Armand Veilleux