31 de agosto de 2024 - Sábado de la 21ª semana par

1 Cor 1, 26-31; Mt 25, 14-30

Homilía

Para cualquiera que tenga un poco de experiencia con el mercado monetario o que sea un poco sensible a la justicia social, este Evangelio puede resultar problemático. Pero esta parábola no trata de economía ni de justicia social, ni tampoco de los talentos que hemos recibido y que necesitamos producir. Esta parábola, como todas las demás, trata sobre todo de Dios. Nos enseña algo sobre la generosidad de Dios, que siempre nos recompensa de una forma totalmente desproporcionada a lo que aportamos.

Este texto forma parte del gran discurso escatológico de Jesús en Mateo. Para entenderlo, debemos recordar que los Judíos tenían un concepto del «tiempo» muy diferente al nuestro. El nuestro es cuantitativo; el de ellos, cualitativo. Nosotros vemos el tiempo como la progresión de momentos en una línea continua, con una larga serie de estos momentos detrás de nosotros y una larga serie delante de nosotros. Y pensamos que uno de estos momentos será el último. Ese será el fin del tiempo y el fin de la historia. Esta forma de concebir el tiempo habría sido completamente incomprensible para un Judío de la época de Jesús. El Judío antiguo no se situaba en un momento concreto del tiempo. Al contrario, situaba los acontecimientos, los lugares y el tiempo como puntos fijos, y se veía a sí mismo como un peregrino que pasaba por esos puntos fijos. Sus antepasados habían pasado por allí antes que él y sus descendientes pasarían por allí después que él. Cuando un individuo llegaba a un punto fijo, por ejemplo, la fiesta de la Pascua, o una época de hambruna, se convertía en contemporáneo de todos los que habían pasado por el mismo tiempo cualitativo, y también en contemporáneo de todos los que pasarían por él después de él. La naturaleza del tiempo presente estaba determinada por un acto salvador de Dios en el pasado (por ejemplo, el Éxodo) o por un acto salvador de Dios en el futuro.

Por eso, cuando leemos los textos escatológicos de Jesús, no debemos considerarlos como textos que anuncian acontecimientos de la historia futura. Son textos que hablan de Dios. Cuando Jesús anuncia la inminencia del reinado final y definitivo de Dios, está anunciando que Dios mismo ha cambiado y que esto se puede ver en los signos de los tiempos.

El Dios de Jesús es radicalmente distinto de la imagen de Dios del Antiguo Testamento y también de la imagen que la mayoría de los cristianos de hoy tienen de Dios. En realidad, Jesús no está presentando una nueva imagen de Dios. Está anunciando que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob hará algo totalmente nuevo. Dios mismo se dejará llevar por la compasión y expresará su misericordia y su amor de una forma totalmente desproporcionada con respecto a cualquier cosa que hayamos podido hacer. Cualquier acto de servicio fiel es suficiente para llevar a alguien al gozo de su Señor, ya sea haber aportado diez, cinco o dos talentos. La única persona que no recibe este don es la que se ha cerrado a esta generosidad por miedo y falta de confianza.