6 de septiembre de 2024 - Viernes de la 22ª semana par
Homilía
Los Evangelios de las últimas semanas han descrito los comienzos de la actividad misionera de Jesús. El joven rabino y sus discípulos ya empiezan a sorprender a todo el mundo. Por supuesto, la gente ha empezado a darse cuenta de que Jesús ha venido a traer algo nuevo. Sus milagros, sus enseñanzas, el poder que decía tener para perdonar los pecados... todo ello causaba revuelo en toda Galilea. Todo el mundo quería verlo y escucharlo.
Al mismo tiempo, el comportamiento de Jesús y sus discípulos era intrigante. No era el comportamiento que cabría esperar de hombres de Dios, de hombres «perfectos». Jesús no sólo eligió a un publicano como discípulo, sino que incluso comió en casa de éste. De hecho, no tenía ningún problema en juntarse con pecadores. Sus discípulos comían sin el ritual del lavado de manos y no observaban ayunos como los discípulos de Juan el Bautista. Siempre es inquietante ver a personas que se presentan como testigos de Dios comportarse de forma diferente a lo que se espera de tales testigos.
Así se lo hicieron notar a Jesús: « Los discípulos de Juan el Bautista ayunan y oran a menudo, y lo mismo hacen los discípulos de los Fariseos. ¡Pero los tuyos comen y beben! -- Para entender la respuesta de Jesús, debemos recordar que el ayuno en el Antiguo Testamento estaba vinculado a la espera del Mesías. Expresaba insatisfacción con el tiempo presente e impaciencia por la llegada del Salvador. El significado de la respuesta de Jesús es, por tanto, muy claro: el Mesías ha llegado. Este tipo de ayuno ya no tiene sentido. Es el tiempo de los vestidos de fiesta, el tiempo del vino nuevo.
La tentación del discípulo es querer aceptar el desafío de lo nuevo manteniendo la seguridad del pasado. Tal actitud, dice Jesús, es como intentar coser una pieza nueva en un vestido viejo, o poner vino nuevo en odres viejos. Nos expone a contradicciones y desgarros interiores. Jesús invita a sus discípulos a adoptar una postura y a evitar tales compromisos.
Pablo tuvo que enfrentarse a este problema, como explica en su carta a los Corintios, que tuvimos como primera lectura. Experimentó un momento de elección en su vida que fue un momento de ruptura con su pasado. Esta elección y esta ruptura eran necesarias para evitar definitivamente los desgarros interiores que crearía un compromiso entre las exigencias de la antigua Ley y la Ley de Amor de Cristo.
Varios profetas del Antiguo Testamento experimentaron dramas y desgarros similares tras su llamada como profetas. Su drama se parece un poco al nuestro. Queremos ser fieles a Dios, pero no queremos deshacernos de todos nuestros ídolos. Queremos practicar la justicia, pero queremos tener éxito en los negocios. Queremos ser buenos monjes, pero nos cuesta renunciar a la alegría de las distracciones que tenemos a nuestro alcance.
Cuando, en lugar de elegir, nos dejamos desgarrar por dentro como la tela sobre la que se ha cosido un nuevo paño, estamos olvidando parte del Evangelio de esta mañana, la parte en la que Jesús dice: «El Esposo les será arrebatado, por eso ayunarán». Vivimos en este periodo de la historia. El ayuno -u otras formas de renuncia- tiene ahora el significado de mostrar fidelidad y constancia en el amor, aunque ya no estemos llenos de la presencia del Esposo. El ayuno no es nostalgia por la ausencia de una presencia. Es la celebración gozosa de la presencia de una ausencia - una ausencia que es sólo temporal, mientras se espera la presencia eterna.
Armand Veilleux